Llegamos a la puerta del jardín casi por casualidad, mientras recorríamos los escasos restos del enorme castillo. Desde el exterior, el lugar no parecía gran cosa. Pero habíamos comprado la entrada combinada del recinto, que también daba acceso al jardín, y teníamos tiempo de sobra. No perdíamos nada por probar. Tras una entrada poco prometedora, atravesando unas frías losas de granito en un entorno sin ninguna gracia, de pronto nos dimos de bruces con una escena que parecía sacada de una postal. El contraste fue tan brusco que no pude evitar pensar que era premeditado, buscando realzar la belleza del lugar.
Momijiyama es poco más que un sendero que va rodeando un pequeño lago. Los distintos elementos que contiene están supuestamente inspirados en la geografía de la región, dividiéndose en varias zonas. Así pasamos por el jardín de la ciudad, el del agua, el de la aldea de montaña, el del mar y el de la montaña. Los cambios son muy sutiles y la simbología fuera del alcance de cualquiera que no conozca con cierta profundidad la cultura y la botánica de Japón. Pero todo aquel que tenga una mínima sensibilidad artística disfrutará con la cuidada escenografía del lugar.
Como en todo buen jardín japonés, nada está dejado al azar. En general, cuanto más natural parezca alguno de sus elementos, más intervención humana habrá detrás. Eligiendo la forma, tamaño y colocación precisa de una piedra, o guiando el crecimiento de una planta hasta crear el efecto y la perspectiva deseados. Con unos niveles de detalle y de esmero que son difícilmente comprensibles para la mentalidad occidental. El resultado es un espacio asombrosamente armonioso y con un nivel de mantenimiento desconocido en cualquier parque urbano de Europa.
Momijiyama también tiene una casa de té. En este caso, situada en el extremo noroccidental del parque. Según pasábamos junto a su puerta, una chica vestida de geisha nos invitó a entrar, con una amabilidad a la que era difícil resistirse. En cualquier caso, nuestra experiencia tomando té tradicional en Hōkoku-ji había sido tan gratificante, que nos pareció una buena idea. Aunque aquí el salón era relativamente cerrado, no dejaba de ser un espacio muy agradable, construido con materiales naturales y con una relajante vista del jardín. De todos modos, no podíamos dejar pasar la ocasión de tomar té en una región que concentra casi la mitad de la producción del país. Además de ser famosa por la calidad de sus plantas y vanagloriarse de haber sido el primer lugar de Japón en el que se introdujo el cultivo, en 1241. Tomamos un té delicioso, al que nos invitaron. Invitación que compensaron con todo lo que compramos para llevarnos de vuelta a casa.
Entre el paseo por el jardín y la pausa para tomar el té, pasamos casi una hora en el interior de Momijiyama. Salvando las diferencias en tamaño y estilo, me recordó al jardín de Nan Lian, en Hong Kong. Ambos relativamente nuevos y ambos en un entorno urbano, que crea un curioso contraste entre la fingida naturalidad del jardín y los edificios que asoman sobre sus árboles.
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En inglés, en la web Japanese Gardens se puede encontrar una completa descripción, con numerosas fotografías: http://www.anshin-sad.ru/english/articles/enmomijiyama/enmomijiyama.html.
Igualmente interesante la entrada en el blog Japan´s Wonders: https://japanwonder.com/2017/10/08/momijiyama-garden-shizuoka-in-autumn-2016/.
Por último, mencionar Zooming Japan, que hace una breve descripción de cada zona del jardín: https://zoomingjapan.com/travel/momijiyama-garden-shizuoka/.