El Kangia, o Fiordo de Ilulissat, fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2004. Los motivos fueron diversos. Groenlandia es el último bastión de las grandes superficies heladas que, durante el Cuaternario, cubrieron una parte sustancial del hemisferio norte. La edad de los hielos más antiguos que contiene se ha estimado en un cuarto de millón de años. El Sermeq Kujalleq es uno de los pocos glaciares por los que dicha capa entra en contacto con el mar. Además, es un glaciar extraordinariamente rápido, cuyo deslizamiento llega a alcanzar los 40 metros diarios. Los 46 km3 de hielo que expulsa cada año al mar suponen aproximadamente la décima parte del total de icebergs generados por Groenlandia.
Pero esta enorme cantidad de hielo no llega directamente a mar abierto. El Sermeq Kujalleq se encuentra al final de un largo fiordo, con más de 50 kilómetros de longitud, al que los daneses llamaban Jakobshavn Isfjord y los groenlandeses Ilulissat Kangerlua, o Fiordo de Ilulissat. Algunos de los grandes icebergs creados por el glaciar se aproximan al kilómetro de altura, con su parte sumergida superando los 800 metros de calado. Cuando llegan a la boca del fiordo, se encuentran con una antigua morrena, que apenas supera los 200 metros de profundidad, y quedan encallados, a veces durante años, hasta que se van descomponiendo y pueden seguir su viaje hacia la bahía de Disko.
El enorme tapón, de casi 7 kilómetros de longitud, crea un entorno extraordinario. Las aguas del Kangia suelen estar llenas de fragmentos de hielo de los tamaños más diversos. Desde pequeños témpanos, no más grandes que el cubito de un refresco, hasta enormes icebergs, en su camino hacia el muro. Un trayecto que pueden tardar entre tres y doce meses en completar. En invierno, el fiordo se congela completamente. En verano, las zonas de aguas abiertas crecen y decrecen, al albur de las corrientes creadas por las mareas y de la temperatura ambiente. El resultado es un lugar tan extraordinario como caótico. Y deslumbrante hasta extremos difíciles de comprender para quien no haya tenido la suerte de contemplarlo.
En 2016 se decidió construir un centro de visitantes, aprovechando los terrenos del abandonado helipuerto de Ilulissat. Se convocó un concurso de ideas, en el que resultó seleccionada la propuesta del estudio de arquitectura de Dorte Mandrup, ubicado en Copenhague y especializado en proyectos para espacios singulares. El centro se inauguró en diciembre de 2021 y, con una superficie de 900 m², aloja un pequeño museo, cafetería y tienda de recuerdos. Todo ello en un edificio con una silueta curvada que, según su creadora, se inspira en las formas del búho nival.
El edificio, de una sola planta, está compuesto por 52 marcos de acero, formando un espacio elevado, que tan solo toca el suelo en los pilares que soportan los marcos. El interior es en gran parte diáfano, con sus paredes formadas por ventanales que permiten contemplar el paisaje circundante. También es posible recorrer su techo, desde el que se aprecian algunos de los grandes icebergs del Kangia.
Para acceder al centro es necesario descalzarse. Nada más entrar, encontrarás un amplio banco y una puerta que da al guardarropa, donde podrás dejar tu calzado, abrigos y todo aquello que no necesites. Mi consejo es que entres al museo con poca ropa ya que, como suele ser habitual en estas latitudes, la temperatura en el interior es bastante elevada. Antes de pasar por el mostrador donde cobran la entrada, también encontrarás una cafetería y una pequeña tienda de recuerdos. Esta última, con una pequeña pero interesante selección de libros sobre Groenlandia. Acabé comprando dos.
El interior del museo está en gran parte ocupado por una gran sala, en la que podrás ver una serie de elementos. Varios de ellos, encapsulados en grandes piezas de resina, imitando bloques de hielo. Algunos objetos son auténticos. Como una pieza de madera, recuperada de la capa de hielo del interior de Groenlandia y con una antigüedad de 2,6 millones de años. Otros, simples alegorías, no siempre bien logradas. En cualquier caso, su función parece ser sustentar un relato sobre Groenlandia, sus habitantes y la relación de ambos con el hielo.
Hielo que también podrás encontrar en una muestra extraída directamente en Sermersuaq, nombre que dan los inuit al gran casquete helado que cubre casi el 80% del interior de Groenlandia. Junto a la barra, una escala gráfica muestra la antigüedad y características de los diversos estratos. Imagino que el hielo será renovado periódicamente pues, a pesar de estar en el interior de una vitrina refrigerada, era evidente que se estaba derritiendo lentamente. Toda una alegoría.
También verás una sección dedicada al cercano yacimiento arqueológico de Sermermiut, que se encuentra junto a la boca del Kangia, apenas un kilómetro al suroeste del museo. Una serie de paneles interactivos te permitirá explorar las costumbres y cronología de los diversos pueblos que pasaron por el lugar, atraídos por las ricas aguas del Ilulissat Kangerlua.
En el lado oriental del museo, unos grandes libros, fijados sobre atriles, contienen abundante información sobre Ilulissat, su historia y las tradiciones de sus habitantes. En un formato compacto que, en un día con muy poca afluencia en el museo, era bastante cómodo de explorar. Dudo que lo sea durante una jornada con muchos visitantes.
También encontrarás información sobre EGRIP, acrónimo de East Greenland Ice-Core Project, tanto en una pantalla como en unos cascos de realidad virtual. Y una habitación, un poco escondida tras una puerta en el fondo del museo, donde podrás escuchar en directo el sonido del hielo, según lo captan las diversas estaciones repartidas por Sermersuaq.
Por último, en una sala junto a la entrada proyectan continuamente una película, con poco más de seis minutos de duración, en la que podrás ver el ciclo del agua. Desde que se evapora hasta que regresa al mar. Poniendo el énfasis, como era de esperar, en su fase sólida: cristalización en la atmósfera, caída en forma de copos de nieve, acumulación en Sermersuaq y deslizamiento por los grandes glaciares para finalmente volver al mar. Una pequeña joya, que acabé viendo un par de veces seguidas.
En total, pasé un par de horas en el interior del museo. Sin ser, ni de lejos, tan deslumbrante como el lugar que pretende explicar, bien merece una visita. Te ayudará a comprender mejor el Ilulissat Kangerlua, más allá de sus indudables virtudes estéticas, así como la dinámica del hielo en Groenlandia, los esfuerzos por estudiar su complejo comportamiento y la forma en que condiciona su habitabilidad por los humanos. Una buena opción para algún día en que, como suele ser común en estas latitudes, el clima decida hacer de las suyas. Si, además (como es mi caso), has contraído el “mal del Ártico”, me atrevería a decir que será una escala ineludible en tu paso por Ilulissat.
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Para ampliar la información.
En https://whc.unesco.org/es/list/1149 encontrarás una reseña sobre la inclusión del fiordo en el listado de la UNESCO.
La web Arch Daily tiene una entrada sobre el museo: https://www.archdaily.cl/cl/1003975/centro-de-visitantes-kangiata-illorsua-ilulissat-icefjord-dorte-mandrup.
También hay una breve reseña en Pragmatika: https://pragmatika.media/es/news/pokhodzhennia-lodu-proiekt-vystavkovoho-tsentru-v-grenlandii/.
Y otra en Arquitectura Viva: https://arquitecturaviva.com/obras/centro-de-investigacion-climatica-en-groelandia.
En inglés, la página oficial del centro de visitantes está en https://isfjordscentret.gl/en/ilulissat-icefjord-centre/. Muy interesante.
SI tienes curiosidad por el proyecto EGRIP, puedes consultar su web en https://eastgrip.org/uk.html.













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