El objetivo principal de mi primera jornada en las Lofoten era muy simple: llegar desde Svolvær hasta Sørvågen. A priori, recorrer los 126 kilómetros de la carretera E10 que separan ambas localidades podría parecer poca cosa. Pero estaba al norte del círculo polar ártico a mediados de febrero, por lo que las condiciones meteorológicas me podían jugar una mala pasada. Además, contaba con que tanto el trazado de la carretera como el espectacular paisaje que debía recorrer acabarían retrasando mi avance.

Al oeste de Svolvær

Al oeste de Svolvær.

Había reservado un SUV, por tener tracción a las cuatro ruedas. Pero hubo un problema y el vehículo que me tenían asignado no estaba listo. Al final, salí de Svolvær conduciendo un Volkswagen Golf, con el que me aseguraron no tendría ningún problema conduciendo por las congeladas carreteras del norte de Noruega. Aunque no era la opción que hubiera preferido, he de reconocer que tenían razón. Sus neumáticos de invierno se comportaron perfectamente, pese a que en alguna ocasión acabé recorriendo calzadas en muy malas condiciones.

Våganveien

Våganveien.

Tras dar un rodeo por las calles de Svolvær, familiarizándome con la respuesta del coche al pavimento cubierto de hielo y nieve, comencé mi periplo hacia el oeste. Las condiciones eran todo lo cambiantes que uno puede esperar en el Ártico. Tan pronto nevaba como salía el sol. Incluso, en la larga recta de Våganveien, pude disfrutar de un efímero arco iris. Aunque las nubes bajas me privaron de la vista de las agrestes cumbres que cierran el valle hacia el oeste.

Llegando a Gimsøybrua

Llegando a Gimsøybrua.

Poco después de las diez, llegaba frente al estrecho de Gimsøystraumen, entre las islas de Austvågøya y Gimsøya. Para llegar a esta última debía cruzar Gimsøybrua, el puente de 839 metros que, desde 1980, une ambas orillas. En principio, era el punto más delicado del itinerario, pues el tráfico se interrumpe si las ráfagas de viento alcanzan los 28 m/s, lo que ocurre con relativa frecuencia. Aquel día tuve suerte, pues el viento tan solo alcanzaba los 20 m/s. 72 kilómetros por hora.

Gimsøystraumen

Gimsøystraumen.

Superado el principal escollo, hice una breve parada, aprovechando una diminuta zona de descanso al comienzo de la Fv861. El entorno y las condiciones meteorológicas se combinaban para crear un escenario de una belleza salvaje. El viento silbaba sobre las aguas relativamente calmadas del Gimsøystraumen. Al otro lado del estrecho, arrancaba la nieve de las cimas de Austvågøya, creando ventiscas que se confundían con las nubes, aferradas a las cumbres más elevadas. Por contra, hacia el sur, un gran claro permitía que el sol iluminara con la suave luz del Ártico las laderas nevadas de Vestvågøy, la siguiente isla del archipiélago.

Iglesia de Buksnes

Iglesia de Buksnes.

Precisamente al sur de esta isla estaba mi siguiente destino: la iglesia de Buksnes. Se desconocen sus orígenes, aunque hay constancia documental de una iglesia de madera en fecha tan temprana como 1324. El edificio medieval fue dañado gravemente por una tormenta en 1639 y reemplazado un par de años más tarde. Tras otras dos reconstrucciones, la iglesia fue completamente destruida por un incendio en 1903. Entre 1904 y 1905 se levantó el edificio actual, en el curioso «Estilo Dragón» tan de moda en Escandinavia por aquellos años, que busca su inspiración en una visión idealizada, con claros tintes románticos, de la arquitectura de la era vikinga. Como suele pasar en Noruega, la iglesia estaba cerrada, por lo que no pude visitar su interior.

Iglesia de Flakstad

Iglesia de Flakstad.

Mi siguiente vista fue otra iglesia. En esta ocasión la de Flakstad, una de las más fotogénicas de las Lofoten, ubicada en las proximidades de la famosa playa de Skagsanden. Una vez más, los orígenes de la iglesia se pierden en la bruma de la historia. Algunos restos parecen indicar que fue levantada por primera vez a finales del siglo XIII. Aquel edificio fue destruido por una tormenta en el entorno de 1780. Para reconstruirlo, se trajo la madera de Rusia, lo que quizá explique el extraño estilo de la iglesia actual. Esta vez, ni intenté acceder a su interior, disuadido por el intenso viento y el charco congelado que había frente a la puerta.

Algas en Skagsanden

Algas en Skagsanden.

Cubierto el cupo de iglesias del día, me dediqué a aquello para lo que realmente había ido a las Lofoten: ver sus impresionantes paisajes. El primero lo tenía muy cerca, en la misma Skagsanden. La playa hacía honor a su fama, aunque las condiciones atmosféricas no eran las más favorables. Al otro lado de Vareidsundet, las nubes ocultaban las cimas del agreste extremo septentrional de Flakstadøya. Sobre el mar, una tormenta de nieve parecía aproximarse rápidamente a la orilla. Tras dar un breve paseo por su blanca arena, decidí que, dado que pasaría por la playa en varias ocasiones, era mejor dejar la visita para otro día.

Rambergstranda

Rambergstranda.

Mi siguiente parada de nuevo estaba cerca, en Rambergstranda, otra de las espléndidas playas de las Lofoten. Extrañamente, a pesar de la corta distancia, aquí hacía mucho menos viento. Hacia el sur, las nubes creaban curiosas texturas al amontonarse en el Selfjord, cuya entrada permanecía oculta por la pequeña península en la que se asienta Flakstad. Era complicado diferenciar las cumbres de las islas de Flakstadøya y Moskenesøya, separadas por un estrecho que, en su parte más angosta, apenas supera los 90 metros de anchura.

Desde Akkarvikodden

Desde Akkarvikodden.

Otro puente, por encima del Kåkersundet, me llevó a Moskenesøya, la isla donde muere la E10. La carretera zigzagueaba por su impresionante costa meridional. A veces en superficie. Otras, atravesando los largos túneles que permiten superar alguno de los acantilados más abruptos. Hice una última pausa en el área de descanso de Akkarvikodden, antes de atravesar el último túnel. La mole de roca del Festhaeltinden dominaba el paisaje, bloqueando la vista hacia el este. A pesar de sus escasos 389 metros de altura, es una de las montañas más fotografiadas de Noruega. Pero, desde mi ubicación, no podía reconocer su famosa silueta. En cambio, podía ver una gran masa nubosa flotando sobre el mar. Desde la distancia, era difícil distinguir si lo que se descolgaba de la nube era agua, nieve o granizo, pero me pareció prudente seguir avanzando e intentar llegar a mi destino antes que la tormenta.

Llegando al Reinefjorden

Llegando al Reinefjorden.

Mis prisas se acabaron tan pronto como atravesé los 1.461 metros del Hamnøytunnelen. Al otro lado del túnel, la vista era impresionante. La carretera recorría un rosario de islotes, desperdigados por la boca del Reinefjorden. Una mezcla de construcciones tradicionales y secaderos de bacalao ocupaba su áspera superficie rocosa. Numerosos barcos de pesca permanecían amarrados en las pequeñas ensenadas, a refugio de las inclemencias meteorológicas. Todo ello con el hermoso telón de fondo de las cumbres nevadas de Moskenesøya. A pesar de haber visto cientos de fotos del lugar, no pude evitar asombrarme de su belleza.

La Foto de Hamnøy

La Foto de Hamnøy.

De inmediato, busqué un lugar donde aparcar y me dirigí al puente que une los islotes de Hamnøya y Toppøya. Allí, entre los barrotes galvanizados de un vulgar puente de hormigón, similar a otros cientos de puentes desperdigados por toda la costa noruega, está una de las fotos más famosas del mundo. Repetida hasta la saciedad por fotógrafos llegados desde las cuatro esquinas del planeta. Algunos pasan horas, al amanecer o al atardecer, esperando las condiciones propicias. O que un rayo de sol se filtre entre las nubes con el ángulo adecuado, creando la iluminación perfecta. Según dicen, en temporada alta se llegan a formar largas filas, que a veces provocan atascos en el ya de por sí estrecho puente. Aquel día de invierno, tan solo encontré una pareja, que se marchó según me acercaba a la barandilla. Pasé media hora sobre la acera, disfrutando del esplendido paisaje, buscando el mejor encuadre y esperando un súbito cambio de las condiciones atmosféricas. Pero pronto se hizo evidente que el día iba a peor. Aunque quedaba más de una hora para la puesta de sol, la previsión era de más nubes y más viento, sin el menor rastro de una de las largas y hermosas «horas doradas» del Ártico. Mis peores presagios se cumplieron y comenzó a caer aguanieve. A pesar de lo cual, logré hacer unas cuantas fotos que, más que demostrar mis limitadas habilidades fotográficas, ratifican la indudable belleza del lugar.

Sakrisøya desde Olenilsøya

Sakrisøya desde Olenilsøya.

A pesar de que estaba a escasos diez kilómetros del hotel, tardé casi una hora en completarlos. La carretera era cada vez más estrecha y sinuosa. Los puentes, de un solo carril, estaban regulados por semáforos, obligándome a largas esperas para cruzarlos. Pero, por encima de todo, era muy difícil, más bien imposible, no detenerse cada pocos metros. A pesar del mal tiempo, más de una vez estuve esperando en el coche a que las condiciones cambiaran brevemente. A veces infructuosamente, hasta el punto de acabar haciendo algunas fotos desde el interior del vehículo.

Viendo llover

Viendo llover.

Al final, llegué al Lofoten Rorbuhotell pasadas las cuatro de la tarde, tras emplear siete horas en recorrer los 126 kilómetros. Justo a tiempo, pues según dejaba mi equipaje en la habitación, fuera se desataba un infierno de viento y aguanieve. Tras cenar en el hotel, en la mesa con las mejores vistas de un restaurante en el que era el único cliente, me llevé la última sorpresa del día, cuando la chica de recepción me dijo que, dado que también era el único huésped del hotel, cerraban y se iban a casa, dejándome a solas en el edificio. Me dio unas cuantas instrucciones, por si necesitaba algo, y se marchó. Había pensado salir a dar una vuelta después de cenar, pero el mal tiempo me desanimó y acabé limitándome a ver cómo oscurecía lentamente, al otro lado de los ventanales. El viento gemía en el exterior, haciendo crujir el edificio, mientras primero la lluvia y luego el granizo golpeaban con fuerza los cristales. Tardé un buen rato en irme a dormir, desvelado por la intensidad del temporal y la sensación de soledad, en una de las noches más extrañas de mi vida.

Para ampliar la información:

En https://depuertoenpuerto.com/invierno-en-las-lofoten/ se puede ver toda mi ruta invernal por las Lofoten.

En el blog Tintineando hay una larga entrada describiendo un itinerario por las islas  Lofoten en invierno: https://tintineando.com/tromso-islas-lofoten-invierno/.

También interesante el post en Viaja por libre: https://www.viajaporlibre.com/noruega/viaje-a-noruega-lofoten-auroras-boreales.

Por último, mencionar la entrada en El Guisante Verde Project: https://www.guisanteverdeproject.com/2020/02/invierno-islas-lofoten-auroras-bacalao.html.

En inglés, la web oficial de turismo de las islas está en https://lofoten.info/lofoten.Viajando en invierno, siempre es recomendable visitar la web noruega de información del tráfico: https://www.vegvesen.no/trafikk?lat=68.18723&long=14.16080&zoom=8&listView=false.