Salimos de Siglufjörður en una espléndida mañana de mediados de agosto, poco después de las ocho y media. Tras una breve parada junto a la boca del fiordo, atravesamos Strákagöng, otro de los túneles de un solo carril que son parte de las peculiaridades de las carreteras de Islandia. Éste tiene el mérito de ser el primer túnel de cierta longitud de la isla. Cuando fue excavado, entre 1965 y 1967, tan solo había otro pequeño túnel, con 30 metros de longitud, en la carretera 61, al este de Ísafjörður. Los 800 metros de Strákagöng permitieron que Siglufjörður tuviera por fin una comunicación fiable por carretera, ya que la ruta existente, por el paso de Siglufjarðarskarð, tan solo permanecía abierta entre cuatro y cinco meses al año.
Al otro lado del túnel, nos encontramos con el mar abierto y el pequeño faro de Saudanes, uno de los más septentrionales de Islandia. Fue construido entre 1933 y 1934. Como tantos faros de Islandia, está pintado en un color llamativo, que contrasta con el terreno circundante y sirve de referencia visual durante el día. Entre 1934 y 1992, también disponía de un «faro de sonido», que se utilizaba cuando había niebla o mala visibilidad.
Una corta y empinada pista conduce a las inmediaciones del faro, desde donde pudimos disfrutar de una espléndida perspectiva sobre la costa septentrional de la península de Tröllaskagi. Pero la vista más evocadora era hacia el norte, donde no había más que un amplio horizonte y la inmensidad del mar de Groenlandia. Estábamos a tan solo 42 kilómetros del círculo polar ártico y, entre nosotros y el lejano polo norte, únicamente había agua y hielo.
Seguimos hacia el oeste, recorriendo la costa septentrional de Tröllaskagi por un hermoso paisaje. Entre las agrestes montañas y los acantilados de la costa se extendía una estrecha franja de terreno cultivable, al que se aferraban unas cuantas granjas. Nunca dejará de asombrarme las duras condiciones en las que los agricultores de Islandia son capaces de sacar provecho de la tierra. La carretera, estrecha pero sin apenas tráfico, zigzagueaba por el imponente entorno. Una vez más, conducir por Islandia era un auténtico placer.
Poco después llegábamos a otro mirador, esta vez sobre el lago Miklavatn y, más allá, la zona conocida como Flókadalur. El topónimo procede de Hrafna-Flóki Vilgerðarson, el primer noruego que intentó asentarse en Islandia. Tras un primer intento en Vatnsfjörður, donde murió todo el ganado, obligándole a regresar a Noruega, volvió a Islandia varios años más tarde, para establecerse en el valle que aún lleva su nombre. También es el responsable del actual nombre de la isla. Según el Landnámabók, sus naves quedaron atrapadas en el hielo de un fiordo, obligándole a permanecer en tierra más tiempo del que deseaba. Frustrado, comenzó a referirse a la isla como Tierra de Hielo (Island).
Otro breve trayecto nos llevó a la orilla oriental del Skagafjörður. El fiordo, con 40 kilómetros de largo y una anchura de 15, es la parte inundada de un antiguo valle glaciar que se extiende hacia el sur otros 50 kilómetros, formando una de las regiones agrícolas mas fértiles de Islandia. Skagafjörður contiene tres islas, entre las que la mayor es Málmey, con 4 kilómetros de longitud. Hasta 1950 estuvo habitada, pero en ese año un incendio destruyó la granja y sus 14 moradores decidieron abandonarla definitivamente. Desde 1937 hay un faro en el extremo meridional de la isla, que también aloja una numerosa población de aves. Se estima que tan solo los frailecillos sumarían más de 30.000 parejas reproductoras.
Cerca de la boca del fiordo se encuentra lo que a simple vista parece ser una cuarta isla. Pero el promontorio de Þórðarhöfði está unido al resto de Islandia por dos franjas de tierra, Höfðamöl y Bæjarmöl, que crean el pequeño lago de Höfðavatn, con 10 km² de superficie y una profundidad que apenas alcanza los 6,4 metros. Las dos barreras que lo separan del mar son bastante inestables, por lo que en ocasiones se abren canales y el agua salada se mezcla con la del lago.
Nuestra siguiente parada fue Hofsós, un antiguo puerto comercial que tuvo bastante importancia a partir del siglo XV. En 1858 perdió su monopolio a favor de Sauðárkrókur y comenzó un largo periodo de decadencia. De sus años de gloria han quedado algunos edificios, que se encuentran entre los más antiguos de Islandia. Pero que no visitamos, pues nuestro interés se centraba en las formaciones de basalto que hay a los pies de la piscina de aguas geotermales, famosa en toda Islandia por las espléndidas vistas que ofrece.
Desde el aparcamiento que se encuentra justo al sur de la piscina, parte un corto sendero, que acaba convertido en una escalera. Ésta lleva hasta Staðarbjörg, un grupo de formaciones de basalto de gran belleza. Belleza que, pese a la presencia de algunos elementos urbanos, se ve incrementada por el hermoso entorno del fiordo de Skagafjörður. Sin ser rivales para las de Kálfshamarsvík, en la cercana península de Skagi, las de Hofsós tienen la ventaja de ser fácilmente accesibles, junto a una carretera asfaltada.
La siguiente visita del día estaba apenas 3.500 metros más al sur. La diminuta iglesia de Grafarkirkja se ubica en el interior del terreno de la granja de Gröf. En consecuencia, es bastante probable que encontremos cerrado el desvío que lleva hasta su aparcamiento. No hay ningún problema. Simplemente tendremos que abrir la cancela metálica y volverla a cerrar tras nuestro paso. Algo bastante común en Islandia. Desde el aparcamiento, fácilmente reconocible por los carteles informativos que hay a su lado, un camino de 200 metros lleva hasta la puerta de la iglesia.
Grafarkirkja fue construida en una fecha indeterminada del siglo XVII. Generalmente se acepta que fue obra de Guðmundur Guðmundsson, el tallista mas afamado de la isla en aquella época. La iglesia fue desconsagrada en 1775 y acabó siendo utilizada como depósito de herramientas de la granja. Quizá fue ésta la circunstancia que salvó al edificio, que fue adquirido por el Museo Nacional de Islandia en 1939. En 1953, tras un profundo proceso de restauración, fue consagrada nuevamente. No es posible visitar la iglesia, pero pudimos recorrer el interior de la curiosa cerca circular de turba que rodea el edificio. Nos tuvimos que conformar con contemplar el interior de Grafarkirkja a través de una de sus diminutas ventanas.
Coincidiendo con el mediodía llegábamos a las inmediaciones de Hofstadhir, una bucólica zona pantanosa en la desembocadura del brazo oriental del Héraðsvötn. Hicimos una breve pausa, aprovechando que era posible aparcar junto al puente que salva el río. El lugar era un auténtico remanso de paz, que solo rompía el esporádico paso de algún vehículo. El día no hacía más que mejorar, con el sol cobrando fuerza y las nubes retirándose lentamente hacia el oeste. De no ser por los restos de nieve que adornaban alguna de las montañas cercanas, el lugar podía haber pasado por cualquier marisma del Mediterráneo a finales de primavera.
En una pradera entre las charcas, pastaba una pequeña manada de caballos. Era un grupo de los mal llamados «ponis islandeses», ya que en realidad están considerados como una raza de caballos, aunque tengan ciertas características especiales, fruto del duro clima en el que tienen que sobrevivir y de siglos de aislamiento. Antes, provocado por las difíciles comunicaciones de la isla. Actualmente, es el propio gobierno de Islandia el que prohibe la importación de caballos, tanto para perpetuar la pureza de la raza como para prevenir la propagación de enfermedades.
Poco después, llegamos a un mirador sobre el brazo occidental del Héraðsvötn. El río, que nace en el glaciar Hofsjökull, ha sido durante siglos un obstáculo para las comunicaciones de la zona. Viendo sus plácidas aguas, parecía increíble que, tan solo en el siglo XIX, se estima que unas 50 personas perdieron la vida intentando cruzarlo. En el mirador había una estatua, dedicada a Jón Ósmann, un operario del ferry que existía en el lugar, célebre por su fuerza y resistencia física. Ósmann trabajó durante 40 años en el ferry, hasta su fallecimiento en 1914. Doce años después, se abriría el primer puente sobre el Héraðsvötn, que en 1995 fue sustituido por el actual, cuyos pilares se hunden 20 metros en la arena del río. Una demostración de la fuerza de éste.
En la península de Skagi.
Terminada la cena, llegaba el momento de intentar encontrar nuestro alojamiento, en una de las múltiples granjas de Islandia que complementa sus ingresos con actividades turísticas. Era nuestra primera experiencia en la isla durmiendo fuera de un hotel convencional, por lo que queríamos llegar con cierto margen de reacción, por si acaso no nos satisfacía. También queríamos ir con tiempo, ya que no teníamos muy clara la dirección y temíamos acabar perdiéndonos. Justo lo que acabó ocurriendo. En primer lugar, el GPS nos hizo dar un rodeo por el tramo occidental de la carretera 715, para acabar llevándonos hasta la granja propiamente dicha. Acabamos siguiendo las indicaciones de un granjero con el que nos cruzamos y, sobre las siete y media de la tarde, lográbamos dar con Dæli Guesthouse. Sin ser comparable a un buen hotel, no estuvo mal. Lo que perdimos en confort lo ganamos en tranquilidad.
Habíamos dejado para el final la cascada y el cañón de Kolugjúfur, situados apenas 4 kilómetros al sur de Dæli. El río Víðidalsá se adentra en un pequeño cañón, despeñándose por varias cascadas sucesivas, justo en el lugar que la carretera 7171 atraviesa sobre sus aguas. Que haya un puente justo en medio de las cascadas afea indudablemente el entorno, pues se encuentra virtualmente encima de uno de los saltos de agua. Pero casi todo tiene su parte positiva. En este caso, a la facilidad de acceso se unen las posibilidades que el propio puente ofrece a la hora de fotografiar el salto superior del río.
Pensábamos haber explorado brevemente el cañón, pero al final desistimos. Comenzaba a atardecer y estábamos demasiado cansados, después de una larga jornada recorriendo la hermosa costa septentrional de Islandia. Además, al día siguiente teníamos que adentrarnos en una de las zonas más remotas de los Fiordos del Oeste. Regresábamos a las carreteras sin asfaltar y a la Islandia más salvaje. Nos interesaba estar descansados.
En inglés, la web oficial de la Carretera de la Costa del Ártico está en https://www.arcticcoastway.is.
En Guide to Iceland se puede encontrar una breve reseña sobre Hofsós: https://guidetoiceland.is/travel-iceland/drive/hofsos.
La misma web tiene una entrada sobre Kolufossar, en la que además describen su estancia en Dæli: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/a-lovely-stay-at-daeli-by-kolugljufur-canyon.
La web Iceland The Beautiful tiene una entrada sobre las columnas de basalto de Hofsós (https://icelandthebeautiful.com/hofsos-basalt-columns-north-iceland/),
Grafarkirkja (https://icelandthebeautiful.com/grafarkirkja/) y Kolugljúfur (https://icelandthebeautiful.com/kolugljufur/).
Llegar. visitar, atravesar; ejercicios físcos. Conocer los túneles, faros, repasar las costas, su agricultura; ejercicio intelectual. Placer, escepticismo, curiosear. Ejercicio ético. Todo un “arte de vivir” el que se nos propone.
https://oraculomanual.files.wordpress.com/2022/06/20220622-exercitia-espiritualia-1.pdf
Otra fantástica ruta por esa maravillosa isla que espero poder visitar algún día. Las formaciones de piedra de la primera foto me recuerdan a las de Devils Tower aquí en USA.
Muchas gracias por compartir estos parajes.
Gracias Joshua. Veo que al final no lograste viajar a Islandia en primavera.