El noreste de Islandia no es la zona más turística de la isla. La distancia desde Reikiavik, que la Ring Road avance bastante más al sur y la supuesta escasez de lugares deslumbrantes, mantienen esa región concreta a salvo de la marea turística que, lentamente, va devorando porciones cada vez mayores de la Tierra de Hielo. Lo cual no significa que la zona carezca de lugares interesantes. Más bien al contrario. Con la ventaja de que podrás disfrutarlos tranquilamente, cuando no en la más absoluta soledad. En cierto modo, podrás vislumbrar cómo era Islandia antes de que la isla se pusiera de moda, atrayendo turistas de las cuatro esquinas del planeta. Al menos de momento.

La pista de Rauðanes

La pista de Rauðanes en el invierno de 2023.

Uno de esos lugares es la península de Rauðanes. Un espacio que no tiene nada que envidiar a Arnarstapi, en Snæfellsnes, pero que apenas recibe un puñado de visitantes al año. Probablemente, menos que Arnarstapi en un día cualquiera. En este caso, también puede que ayude el duro clima de la zona. Clima que, al menos, había logrado frustrar mis dos primeros intentos de visitar el promontorio en invierno. En el otoño de 2025, era uno de mis objetivos secundarios durante un viaje de dos semanas por el noreste de Islandia. Aunque tampoco podía estar seguro de que, a la tercera, fuera a lograrlo.

En el comienzo de la senda de Rauðanes

En el comienzo de la senda de Rauðanes.

Llegué al aparcamiento de Rauðanes poco después de las diez de la mañana. Hacía bastante viento, pero el día parecía ir a mejor. Tras pasar todo el día anterior entre nieblas y chaparrones,  el clima había dado uno de los bruscos giros por los que se caracteriza Islandia. No llovía, la temperatura era bastante agradable y los claros parecían ir adueñándose lentamente del cielo. Nada mal, para una jornada de otoño. Además, no encontré ningún coche aparcado. Podría disfrutar del lugar con toda la tranquilidad del mundo.

Una bajada abrupta

Una bajada abrupta.

Entre ida y vuelta, la caminata desde el aparcamiento hasta el extremo de la península es de aproximadamente 7.200 metros. En realidad, hay dos sendas, casi paralelas. Una va más ceñida a la costa del Þistilfjörður y la otra ataja un poco por el interior. En algún blog, había leído que lo aconsejable es hacer la ida por el interior y regresar costeando. Según avanzaba hacia el norte, las vistas sobre el mar y la costa parecían empeñadas en desviarme de mi plan. Hasta que llegué a la bifurcación entre ambos caminos. La «escalera» que descendía hacia la costa estaba en unas condiciones pésimas. Sería mejor continuar por la parte alta y atravesar ese tramo a la vuelta, de subida.

Gluggur

Gluggur.

En cualquier caso, las vistas desde la senda interior también tenían su interés. Y no tardé en llegar a Gluggur. Una profunda sima que, al igual que Miðgjá en Arnarstapi, forma un arco natural, sobre el que es posible caminar. Algo que, en la más absoluta soledad y con fuertes ráfagas de viento, ni se me ocurrió intentar.

Hacia el norte de Rauðanes

Hacia el norte de Rauðanes.

Ahora, los dos caminos iban prácticamente juntos, por lo que era indiferente elegir uno u otro. Mientras yo avanzaba hacia el norte, el día seguía mejorando y las vistas eran cada vez más interesantes. La costa estaba llena de pequeños islotes rocosos, sobre los que anidaban numerosas aves. Más allá de las clásicas gaviotas y fulmares, también podía distinguir algún cormorán. En cualquier caso, preferí seguir avanzando sin sacar la cámara de la mochila. El plan era llegar hasta el final y luego regresar con toda la calma del mundo.

Gatastakkur

Gatastakkur.

Hasta que llegué frente a Gatastakkur y, como tantas veces en Islandia, mis planes saltaron por los aires. Esta vez, por mi imposibilidad de reprimir el impulso de hacer una foto en condiciones a la que quizá sea la formación más extraña de Rauðanes. Un hermoso arco natural, flanqueado por otra formación basáltica y con la agreste costa oriental de Melrakkaslétta como telón de fondo.

Stakkatorfa y Stakkar

Stakkatorfa y Stakkar.

A las once y veinte estaba en el extremo septentrional de Rauðanes, con dos islotes rocosos al frente. Stakkatorfa, el mayor de ellos, está muy cerca de la costa. Lo suficiente como para poder apreciar perfectamente los centenares de nidos de frailecillo que horadan su suelo. Aunque, por supuesto, a esas alturas del año no quedaba ninguno.

Vista lateral de Gatastakkur

Vista lateral de Gatastakkur.

Comencé el regreso, que ahora haría más pegado a la costa. Como tantas veces sucede, el paisaje cambiaba con el ángulo desde el que lo apreciaba. Comenzando por Gatastakkur, que visto lateralmente más bien parecía una versión subártica, completamente negra y construida en basalto, de la torre inclinada de Pisa.

Un fulmar en Rauðanes

Un fulmar en Rauðanes.

Ahora sí llevaba la cámara en la mano, con el objetivo 70-300 montado, por lo que también me dediqué a fotografiar algunas de las aves con las que me iba encontrando. Comenzando con varios fulmares, a los que el intenso viento empujaba muy cerca del borde del acantilado.

Cormoranes en Rauðanes

Cormoranes en Rauðanes.

Más interesantes, aunque también más alejados, resultaron unos cuantos cormoranes, posados sobre un islote basáltico que compartían con alguna que otra gaviota. Aunque son más abundantes en verano, es posible encontrar cormoranes en Islandia a lo largo de todo el año. Sobre todo en los Fiordos del Oeste y Reykjanes.

Regresando hacia el sur

Regresando hacia el sur.

El regreso hacia el sur fue aún más lento que mi avance hacia el norte. El camino de la costa, zigzagueando de ensenada en ensenada, y la posibilidad de fotografiar aves, me hacían avanzar a paso de tortuga, disfrutando de una mañana que resultaba cada vez más agradable.

Otro arco de basalto

Otro arco de basalto.

Mientras tanto, las extrañas formaciones se sucedían una tras otra. Al principio de la ruta había visto un pequeño mapa, con los nombres de las más destacadas, que además están numeradas. Desgraciadamente, no pude localizar todos los carteles con los números. O quizá no todas tengan nombre.

El final de la senda de la costa

El final de la senda de la costa.

A la una llegué al final de la senda costera. Más allá de un gran arco natural, los grandes acantilados impedían cualquier posibilidad de continuar junto al mar. Tocaba subir a la parte más elevada de la península, para continuar rumbo al aparcamiento, acortando por el interior.

Llegando al aparcamiento

Llegando al aparcamiento.

Llegué al inicio de la senda al filo de la una y media. Allí me encontré con otros tres vehículos. Dos debían de ser de las tres únicas personas que había visto en toda la ruta. Una pareja y un hombre caminando en solitario, como yo. El otro era de una chica, que se preparaba para comenzar la ruta, también en solitario. Me preguntó por el sendero y su estado. Intercambiamos unas cuantas frases y después seguí mi camino hacia el este. Me esperaba Langanes, la península más prominente del norte de Islandia y otra de mis eternas tareas pendientes en la Tierra de Hielo.

Para ampliar la información.

También es posible realizar una ruta circular, regresando por la orilla opuesta de la península. Puedes encontrar indicaciones en https://www.alltrails.com/es/ruta/iceland/northeastern/raudanes-coastline.

En inglés, Guide to Iceland tiene un buen artículo sobre la excursión: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/the-beautiful-raudanes-peninsula.

Más breve, pero también interesante, la entrada en Iceland Dream: https://www.iceland-dream.com/guide/east/raudanes.

Por último, mencionar la también escueta reseña en Photographing Iceland: https://photographingiceland.is/raudanes-in-east-iceland/.