Tras un comienzo poco prometedor, entre edificios modernos y zonas ajardinadas, nos dimos de bruces con los muelles, donde atracan la mayor parte de los dhows que siguen haciendo escala en Dubai. Habíamos visto algunos el día anterior, durante nuestro paseo por Deira, pero nada que ver con lo que teníamos delante. Cuatro dársenas consecutivas, repletas de los tradicionales barcos, se alineaban entre nosotros y el puente de Al Maktoum, a casi un kilómetro de distancia.
Se usa el nombre genérico de dhow para referirse a diversas embarcaciones de vela que se utilizaban tradicionalmente en el Golfo Pérsico y el Océano Índico, principalmente para fines comerciales. Sus inconfundibles formas básicas han permanecido prácticamente inalteradas durante siglos, aunque ya casi no quedan dhows que naveguen a vela, pues su característico aparejo latino ha sido sustituido por motores. También van cambiando sus materiales de construcción, con los cascos de madera siendo cada vez más frecuentemente reemplazados por otros de fibra de vidrio. A pesar de lo cual, ver un dhow es contemplar un pedazo de la historia marítima de la humanidad.
Nada más superar el flamante edificio de la Cámara de Comercio de Dubai, encontramos las primeras embarcaciones, aunque eran restaurantes flotantes, similares a los que habíamos visto el día anterior. Pero, solo unos metros más allá, un gran número de barcos de pesca llenaba el primer muelle. Aparentemente construidos en fibra de vidrio, eran todos muy similares. Pero los toldos que protegían sus cubiertas del sol, la ropa tendida y los enseres personales desparramados por los lugares más insólitos de los barcos, les daban carácter propio.
En cualquier caso, era la zona más ordenada de los muelles. Un poco más adelante, donde atracan los barcos dedicados al comercio, todo parecía un caos, aunque por supuesto solo lo era para nuestros ojos profanos. Las aceras estaban repletas de montones variopintos de mercancías. Algunas eran fácilmente identificables, como los enormes televisores de pantalla plana de una conocida marca, que cargaban en uno de los dhows. Pero, la mayor parte de las veces, fuimos incapaces de averiguar qué podían contener los embalajes, generalmente rotulados en árabe. Las mercancías, cargadas a mano, se iban depositando en los lugares más insospechados de los dhows. Algunas desparecían en la bodega, pero otras se amontonaban sobre el castillo de popa o en la cubierta principal. Incluso vimos algunos barcos en con los costados recrecidos mediante unas precarias estructuras provisionales, que permitían amontonar más carga sobre cubierta.
Un pequeño ejército de estibadores se afanaba en traspasar las mercancías, tanto entre los camiones y los muelles, como entre éstos y los dhows. Todo transcurría pausadamente, pero con una cadencia continua. De vez en cuando, alguien se detenía un momento al advertir nuestra presencia, mirándonos con curiosidad. Pero, tras unos segundos, reanudaba su lento pero constante ritmo de trabajo. Ningún tipo de barrera separaba los muelles de la vía pública, por lo que podíamos andar libremente por la zona, con la única precaución de no ser un estorbo para aquellos que estaban trabajando.
Al final de la cuarta dársena, llegamos a la zona de aduanas donde, por razones obvias, había una verja que impedía el paso. Aún nos sobraba algo de tiempo, por lo que decidimos bordearla para llegar hasta el puente Al Maktoum, que cruza sobre la ría de Dubai. El puente es una calzada doble, de seis carriles por sentido, con una pequeña acera protegida por un guardarraíl. Fue la parte menos agradable del paseo, pues los coches pasaban muy cerca y a gran velocidad, haciendo sonar el asfalto y las juntas de dilatación. Pero, ya que estábamos allí, decidimos llegar hasta el centro del puente. La vista mereció la pena. Los muelles, llenos de barcos de madera, en un aparente caos, contrastaban con el fondo de modernos edificios de acero y cristal.
Estuvimos un rato contemplando la estampa, pero se acercaba la hora de regresar. Acortamos por un camino más directo, sin entrar en los muelles que separan las diversas dársenas. Junto a los dhows, seguía el lento pero incesante trasiego de mercancías. Pasamos frente a uno de ellos, con aspecto especialmente vetusto, cargado hasta arriba de mercancías. Desde lo alto de un montón de cajas, un muchacho nos observaba. No pude evitar detenerme por un momento, mientras nuestras miradas se cruzaban fugazmente. Durante ese breve instante de mutua curiosidad, una duda asaltó mi cabeza. ¿Será su generación la última que navegue en las espléndidas naves que, durante siglos, utilizaron sus antepasados? Sabiendo que no encontraría respuesta, seguí mi camino de vuelta al hotel, lleno de una extraña melancolía.
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-mar-de-la-china-meridional/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por el sur de Asia.
En inglés, la página de la National Maritime Historical Society de Nueva York tiene un interesantísimo artículo sobre el que quizá sea el último viaje en dhow a vela documentado. Se puede descargar en http://www.seahistory.org/assets/SH154-Dhows-16-20.pdf.
La web Nabataea.net tiene un largo artículo sobre la historia de los dhows: https://nabataea.net/explore/navigation_and_sailing/history-and-construction-of-the-dhow/.