Cuando, fuera de Escandinavia, escuchamos la palabra fiordo, todos pensamos en un entrante de mar, largo y profundo, rodeado por agrestes montañas. En este sentido, el Lysefjord es uno de los fiordos más meridionales de Noruega. Con 42 kilómetros de longitud, está flanqueado por imponentes paredes de roca, que llegan a alcanzar los 1.000 metros sobre el nivel del mar y se sumergen, en su lugar más profundo, 400 metros bajo la superficie de éste. Cerca del final del fiordo, en su orilla sur, está Kjerag, una mole de 1.110 metros de altura cuya cara norte se eleva, casi verticalmente, 984 metros sobre la superficie del fiordo. Pero si por algo es famoso el Lysefjord, es por el Preikestolen, una plataforma natural, a 604 metros de altura, que se ha convertido en una de las imágenes icónicas de Noruega.

El Rygerdronningen en Vågen

El Rygerdronningen en Vågen.

Había intentado recorrer el Lysefjord en barco durante mi viaje invernal de 2019. Un cúmulo de circunstancias se combinaron para que, al final, me quedase con la miel en los labios. Un año más tarde, no estaba dispuesto a sufrir un nuevo fracaso. Por una parte, me había asegurado de no coincidir con ningún crucero invernal que acaparase excursiones y medios de transporte. Además, me quedaría un segundo día en Stavanger. Si, por cualquier motivo, volvía a fallar en el primer intento, tendría una segunda oportunidad.

Interior del Rygerdronningen

Interior del Rygerdronningen.

La excursión comenzaba a las once de la mañana. Llegué al barco con veinte minutos de antelación. En el muelle estaba atracado el Rygerdronningen, un catamarán de fibra de carbono, construido en 2018 por la empresa noruega Brødrene Aa. Con una capacidad de 297 plazas y una velocidad máxima de 19,9 nudos, su interior presentaba un aspecto impecable, con grandes ventanales y cómodas butacas desde las que disfrutar del viaje. Butacas que, en cualquier caso, apenas utilicé. Tan pronto como zarpamos, subí a sus cubiertas exteriores, en las que pasé la mayor parte de la excursión. Viajando en temporada baja, eran más que suficientes para acomodar a la veintena de pasajeros que llevaba a bordo.

Bybrua

Bybrua.

Tras zarpar puntualmente, recorrimos tranquilamente Vågen, el puerto antiguo de Stavanger. El Rygerdronningen comenzó a acelerar mientras pasaba frente al Museo Noruego del Petróleo, para alcanzar su velocidad de crucero una vez dejamos atrás Bybrua, el puente que une Stavanger con el vecino islote de Grasholmen. Mientras tanto, por la megafonía del barco iban dando explicaciones de los distintos puntos de interés por los que pasábamos. En varios idiomas, entre ellos el español. En apenas quince minutos, quedaba atrás Litla Marøya, el islote frente al cual, en mi anterior intento del llegar al Lysefjord, el capitán del vetusto Clipper había decidido darse por vencido.

En el Boknafjord

En el Boknafjord.

Ahora, en cambio, navegábamos a toda máquina por las amplias aguas del Boknafjord, el gran fiordo que forma buena parte de la fachada marítima de Rogaland. Formado por un hundimiento del lecho rocoso, fuera de Escandinavia sería considerado un golfo. En Noruega, al ser una superficie de agua, navegable y rodeada en su mayor parte por tierra, es un fiordo.

Tingholmen

Tingholmen.

Unos minutos después, rodeábamos la baliza que señala el extremo septentrional de Tingholmen, adentrándonos en el Høgsfjorden. Con 23 kilómetros de longitud, 1,5 de ancho y una profundidad máxima de 170 metros, el Høgsfjorden se corresponde mejor con la imagen clásica que todos tenemos de un fiordo. El paisaje comenzaba a cambiar. No así el día, nuboso y con la atmósfera cargada con una leve bruma, que enturbiaba el horizonte difuminando las montañas más alejadas.

Entrando al Høgsfjorden

Entrando al Høgsfjorden.

Mientras nos adentrábamos en el fiordo, las colinas y los islotes bajos del área entorno a Stavanger eran sustituidos por montañas, cada vez más agrestes, e islas rocosas cubiertas por una espesa vegetación. Simultáneamente, la nieve comenzaba a hacer acto de presencia, cubriendo las cimas de las montañas más elevadas. La costa estaba salpicada de pequeñas construcciones. Algunas con aspecto de granja, aunque en su mayor parte parecían ser segundas residencias.

Cabañas junto a Ådnøy

Cabañas junto a Ådnøy.

Dimos un breve rodeo, reduciendo la marcha, para navegar por el estrecho de Storasundet, entre el continente y la isla de Ådnøy, la única de cierto tamaño en el fiordo. Aun más angosto resultó ser Skjerpesundet que, con apenas 35 metros, separa Ådnøy del islote de Foreholmen. Como tantas veces en Noruega, lo agreste del paisaje y el diminuto tamaño de algunos islotes no impedía que, en el lugar más insospechado, alguien hubiera levantado una cabaña de madera. En muchos casos, acompañada de un minúsculo embarcadero, que era su único nexo de unión con el resto del mundo.

Ferry Preikestolen

Ferry Preikestolen.

El Rygerdronningen aceleró de nuevo tras dejar atrás el extremo meridional de Ådnøy. Finalmente, estábamos frente a un paisaje inequívocamente noruego. Lo que, en apariencia, era el extremo sureste del fiordo, se difuminaba a lo lejos entre la bruma, convertido en un valle glaciar. Aunque, en realidad, el Høgsfjorden gira hacia el este, adentrándose todavía más entre agrestes montañas. Para dejar más claro dónde nos encontrábamos, cruzó frente a nosotros el Preikestolen, uno de los clásicos ferris que tan comunes son en los fiordos noruegos.

Lysefjordbrua

Lysefjordbrua.

Entre unas cosas y otras, habíamos tardado una hora en llegar frente a la entrada del Lysefjord. Poco después del mediodía, teníamos a la vista el Lysefjordbrua, el puente colgante de 639 metros de longitud que une ambas orillas, cerca de la boca del fiordo. Con un gálibo de 50 metros, fue construido entre 1995 y 1997. Pero, desde la embocadura, el fiordo parecía no llegar demasiado lejos. El islote de Bergsholmen aparentaba cerrar el paso.

Lysefjord

Lysefjord.

Tras dejar atrás Bergsholmen, rodeándolo por el oeste, finalmente pudimos contemplar el fiordo. Aunque no en todo su esplendor pues, tras adentrarse una docena de kilómetros entre las montañas de Rogaland, describe un suave giro hacia el ENE, que dejaba su fondo fuera de nuestro ángulo de visión. En cualquier caso, la vista era impresionante. Sobre todo, la de las montañas que, con alturas superiores a los 700 metros, flanquean su orilla noroccidental.

Llegando a Fantahålå

Llegando a Fantahålå.

Nuestro primer destino en el fiordo era Fantahålå, cuyo nombre parece proceder de unos bandidos que, huyendo de la ley, se escondieron en una oquedad de la estrecha garganta. Aparentemente, sus perseguidores no apreciaron la grieta y pasaron de largo. En otra versión de la historia, son unos vagabundos los que se refugian en Fantahålå y arrojan piedras desde las alturas a los alguaciles que intentan capturarlos. En cualquier caso, el Rygerdronningen adentró su proa entre las rocas, hasta un punto en el que parecía posible alargar la mano y tocar las paredes verticales. Para ambientar la incursión, por la megafonía del barco pusieron un fragmento de En la gruta del rey de la montaña, una de las piezas más conocidas del compositor noruego Edvard Grieg.

Bajo el Preikestolen

Bajo el Preikestolen.

Una breve travesía, de poco más de 3 kilómetros, nos llevó a nuestro siguiente destino. Navegábamos ceñidos a la orilla noroccidental del fiordo, junto a moles de roca cada vez más altas y más verticales. Finalmente, hora y media después de zarpar de Vågen, llegamos frente al Preikestolen. A más de seiscientos metros sobre la superficie del fiordo, los 25 metros de lado de su plataforma parecían minúsculos. Los árboles que se aferran a los salientes de la pared de roca, aparentaban ser simples matorrales. Estábamos tan debajo de la falda de la montaña, que era complicado fotografiarla.

Hengjanefossen

Hengjanefossen.

Tras pasar unos minutos inmóviles en las inmediaciones del Preikestolen, otro corto trayecto, en este caso de 2.500 metros, nos llevó junto a Hengjanefossen, una pequeña cascada de 60 metros de altura, cuyas aguas caen directamente a las del fiordo. Al igual que en el acto final de la excursión al Mostraumen, el capitán acercó la proa de la nave a la cascada, hasta permitir que un miembro de la tripulación llenara un cubo con agua, que posteriormente repartió entre el pasaje. Uno de los rituales clásicos de la Noruega más turística.

El Lysefjord hacia Lysebotn

El Lysefjord hacia Lysebotn.

Mientras llenaban el cubo con el agua de Hengjanefossen, mi atención estaba en el extremo opuesto del barco. Finalmente, desde la popa del Rygerdronningen, era posible ver el Lysefjord en toda su magnitud. Un brazo de agua de 25 kilómetros se adentraba entre montañas cada vez más altas, mientras se difuminaba entre la bruma. Aunque era imposible distinguirlo, allí estaba Lysebotn, la diminuta aldea que ocupa el final del Lyse, precisamente el significado de su nombre. En invierno, cuando se cierra la espectacular carretera que, tras 27 revueltas, enlaza con la Fv975, los barcos que navegan por el fiordo son su único vínculo con el resto del mundo.

Neverdalsfjell y Preikestolen

Neverdalsfjell y Preikestolen.

Pero ese era el punto más lejano de nuestra excursión por el fiordo. Tras la «ceremonia» de la cascada, el Rygerdronningen describió un amplio arco y comenzó el viaje de vuelta. Apenas tuve tiempo de despedirme del agreste fondo del Lysefjord, antes de que sus laderas meridionales bloquearan de nuevo la vista. Por contra, pude disfrutar de nuevo de la visión de la mole del Preikestolen. Ahora, navegábamos por el centro del fiordo. Lo que se perdía en espectacularidad, al haber estado prácticamente debajo de las paredes casi verticales, se ganaba en perspectiva.

Llegando a Forsand

Llegando a Forsand.

En cualquier caso, en esta ocasión el Rygerdronningen no se detuvo. Ni siquiera redujo la velocidad. Alcanzado el punto final del recorrido, parecía tener prisa por regresar a Stavanger. En unos minutos, volvíamos a rodear Bergsholmen, perdiendo de vista la parte central del fiordo. Poco después, pasábamos de nuevo bajo el Lysefjordbrua. Pero, en lugar de proseguir por el centro del fiordo, buscando las aguas del Høgsfjorden, el catamarán viró levemente a babor, enfilando el embarcadero de Forsand, otra minúscula aldea ubicada en la boca del Lysefjord. Apenas pasadas las 13 horas, la pasarela del Rygerdronningen tocaba tierra y yo la atravesaba, camino de la segunda parte de la excursión. Terminaba el tranquilo mini-crucero y comenzaba la parte dura de la jornada.

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Para ampliar la información:

En el blog Los Traveleros describen el recorrido en verano: https://lostraveleros.com/crucero-por-el-lysefjord-desde-stavanger/.

En https://depuertoenpuerto.com/de-copenhague-a-tromso/ se puede ver todo mi viaje invernal entre Copenhague y Tromsø.

En inglés, muy interesante la web oficial del Lysefjord: https://lysefjorden.com.

La excursión que realicé parece haber desaparecido. La que hacen en verano, muy similar, se puede ver en https://rodne.no/en/fjordcruise/preikestolen-cruise-hike/.

También hay una línea de ferry regular, que funciona todo el año y llega hasta Lysebotn, permitiendo recorrer el fiordo en toda su longitud. Se puede encontrar información en https://www.kolumbus.no/en/travel/timetables/boats-and-ferries/lysefjorden/.