Justo lo que había ocurrido ese mismo día, durante nuestro viaje hacia el sur a bordo del Leia. Un hermoso trayecto de media hora frente a los icebergs que taponan el Ilulissat Kangerlua, que nos había dejado con la miel en los labios. A las ocho en punto de la tarde, cinco horas después de haber desembarcado en Ilimanaq, subíamos de nuevo al Leia. Pensando que repetiríamos, en sentido inverso, el mismo itinerario que durante la mañana, Sergio y yo nos apostamos en la amura de estribor, dispuestos a disfrutar de otro mágico trayecto frente a los icebergs. Nuria prefirió acomodarse en el interior del barco, donde había un par de personas, a las que inicialmente no dimos importancia. Aunque, con toda probabilidad, fueron la causa de lo que vendría a continuación.
Llevábamos menos de cinco minutos navegando hacia el norte, cuando se hizo evidente que no nos dirigíamos a las aguas relativamente abiertas, entre la bahía y el frente del Kangia. Por contra, el Leia enfilaba directamente hacia los grandes icebergs del muro de hielo. No pudimos averiguar si aquellas dos personas eran amigos del patrón, a los que había decidido dar un paseo por la zona, o unos turistas como nosotros, a los que vendieron una excursión por el frente del Kangia en un horario poco habitual, aprovechando que tenían que ir a recogernos. El caso es que, para nosotros, fueron una auténtica bendición.
Al comienzo de la excursión, había tomado una decisión: al mediodía, con mejor luz, daría prioridad al vídeo. En la vuelta hacia el norte, llegaba el turno de la fotografía. Otro acierto, en este caso totalmente fortuito, pues no podía haber previsto que el regreso acabaría siendo una incursión en el paraíso. Y bajo una luz que, si bien no alcanzaba la belleza casi irreal de mi primera tarde en el Kangia, no estaba nada mal. Más fría, pero también más serena. Un perfecto contrapunto para las fotos de aquel mágico atardecer.
El agua no llegó a ser un espejo perfectamente pulido, como en el momento cumbre de aquella otra excursión, pero aún lograba mostrar reflejos interesantes. Mientras tanto, nosotros nos adentrábamos por un canal, dejando dos enormes icebergs a babor y la parte principal del muro helado a estribor. Entre medias, el mar estaba curiosamente libre de hielo, con apenas un puñado de carámbanos flotando sobre las gélidas aguas. En cualquier caso, navegábamos lentamente, sin la menor prisa, disfrutando de la belleza y serenidad del momento.
El lugar era un auténtico laberinto de hielo y agua, por el que el patrón del Leia se movía con soltura, fruto de la experiencia que da el pasar todo el año recorriendo la zona. Conocimiento que tiene mayor mérito, si tenemos en cuenta que es un laberinto que muta continuamente, como habíamos podido comprobar en nuestras excursiones por la senda azul. Y más aún si consideramos que los cambios suelen ser muy lentos, pero también bruscos, en eventos catastróficos que se dan con relativa frecuencia. El colapso de un iceberg o que este gire sobre sí mismo, además de alterar el mapa del laberinto, creará un momento de gran peligro para cualquier embarcación que se encuentre en las inmediaciones.
Peligro que era difícil de apreciar, en aquella apacible tarde, mientras Sergio y yo hacíamos fotografías como locos. Era la primera vez que recorríamos aquella zona concreta del frente de hielo, por lo que íbamos de descubrimiento en descubrimiento. Buscando formas, grietas, reflejos, tonalidades, simetrías… Fotografiar icebergs es una experiencia tan extraña como altamente adictiva. Lo que, para el ojo poco entrenado, puede parecer una masa blanca y sin demasiado interés, una vez hayas fotografiado tu primera media docena, en realidad es un mundo lleno de posibilidades. Con mil matices, sutiles tonos azulados y recovecos a los que sacar partido.
Y un mundo efímero. Parte de la magia de fotografiar montañas de hielo estriba en que cada fotografía será virtualmente irrepetible. Más allá de los cambios en la luz, que tendrías en cualquier otro lugar, aquí cuenta la propia fugacidad del sujeto. Aunque de forma generalmente imperceptible para el ojo humano, el iceberg está cambiando, incluso mientras lo fotografías. Si es relativamente pequeño, en unos meses ni existirá. Aún siendo grande, sus formas serán distintas. Se habrá derretido parcialmente, colapsado o volteado. Un buen ejemplo es el extraño lago color turquesa, que fotografié desde el aire en uno de mis primeros vuelos de dron y del que no quedaba el menor rastro en los últimos.
Según avanzábamos hacia el norte, comenzamos a reconocer algunos hitos. El primero fue un gran iceberg, en el que las capas de suciedad se alternaban con las de hielo, formando curiosas tramas. ¿Huellas de lejanas erupciones volcánicas, quizá hace miles de años, o restos de desprendimientos? Imposible saberlo. En cualquier caso, por fin logré fotografiar de frente un iceberg que había llamado mi atención desde la primera excursión en barco en Ilulissat. Aunque, en aquella ocasión, solo pude verlo a lo lejos, asomando por encima de otro bloque de hielo.
O la extraña torre helada, que había llamado mi atención antes incluso de llegar a Ilulissat, mientras navegaba a bordo del Sarfaq Ittuk. Y que, tres días más tarde, casi me había costado el dron, al perder la señal en un intento fallido de aproximarme desde la orilla septentrional del fiordo. Ahora la teníamos justo enfrente, en una perspectiva completamente nueva, que permitía apreciar el extraño iceberg que la sustentaba y su rugosa superficie, llena de suciedad. Viéndolo de cerca, era difícil entender cómo se habrían formado aquellas crestas de hielo.
También nos cruzamos con varias aves. Sobre todo gaviotas árticas y un nutrido grupo de fulmares. Algunos, posados entre los carámbanos. Otros volando a muy baja altura, con su panza a escasos centímetros del agua, como suele ser normal en esta especie. Aunque, con diferencia, el más llamativo fue aquel que nos regaló uno de los trabajosos despegues que caracterizan a estas aves, agitando sus alas mientras daba pequeños «saltos» en el agua.
Seguimos navegando por el laberinto, entre grandes muros de hielo, llenos de marcas y cicatrices. Algunos, huellas de derrumbes pasados. Otros, presagios de colapsos que no tardarían en llegar. Aunque, una vez más, no logré ver ninguno en directo. En parte fue una suerte, navegando por un entorno bastante complicado, donde la vía de escape podría haber sido inexistente. Aunque también habría sido la mejor despedida imaginable del Kangia.
Despedida que, en cualquier caso, no tardó en llegar, de una forma bastante abrupta. Entusiasmados con la fotografía, ni nos dimos cuenta de que estábamos acercándonos a Ilulissat. Pasamos entre dos grandes icebergs, viramos bruscamente a estribor y nos encontramos navegando por aguas abiertas, mientras el mágico mundo de hielo iba empequeñeciéndose en la distancia.
Aún pasamos junto a algunos icebergs sueltos. Los más pequeños, quizá fueran restos de aquellos que habían logrado superar la morrena sumergida del Kangia. Los mayores, con toda seguridad procedían de algún otro de los glaciares que llegan a la bahía de Disko. También nos cruzamos con varias personas en kayak, otra actividad muy popular entre los que visitan la zona. En cualquier caso, en apenas unos minutos navegábamos frente a Zions Kirke y veinte minutos antes de las nueve atracábamos en el «muelle turístico» de Ilulissat. Terminaba así la última excursión de mi largo viaje por Groenlandia. Sin embargo, no me asaltó la melancolía. La visita a Ilimanaq había sido una magnífica idea y el trayecto de regreso un final memorable con el que cerrar mi periplo ártico.
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Para ampliar la información.
En este mismo blog, puedes ver el trayecto en sentido sur y el paseo por Ilimanaq en https://depuertoenpuerto.com/una-excursion-hasta-ilimanaq/.
Si te interesa una excursión más convencional, recorriendo el frente del Kangia al atardecer, puedes visitar https://depuertoenpuerto.com/un-magico-atardecer-frente-al-fiordo-de-hielo/.
Por contra, si prefieres explorar las posibilidades que te ofrecen las diversas sendas, desde tierra firme, las encontrarás en https://depuertoenpuerto.com/dos-excursiones-hasta-el-kangia/ y https://depuertoenpuerto.com/recorriendo-la-senda-amarilla/.
En https://depuertoenpuerto.com/el-icefjord-centre-de-ilulissat/ encontrarás una visita al Icefjord Centre. Muy interesante para comprender el mágico entorno del Ilulissat Kangerlua.












