Desperté poco después de las seis de la mañana, mientras las luces del alba comenzaban a iluminar tímidamente el Gran Canal. Una extraña neblina flotaba en el ambiente. Tan tenue, que apenas resistió los primeros embates del amanecer. El silencio envolvía la ciudad. Ningún vaporetto, ninguna lancha, surcaba las aguas del canal. Menos aun góndolas. Tan solo la Pescheria Nuova de Rialto parecía dar señales de vida. Sus luces estaban encendidas, aunque desde nuestro balcón era imposible observar el menor movimiento en su interior.
El mercado del pescado no tardó en dar muestras de actividad. Mientras disfrutaba del sosiego del amanecer, comenzaron a aparecer lanchas y barcazas de distintos tamaños. Formaron una pequeña fila, en la que esperaban pacientemente su turno para ser descargadas a mano. Venecia es una ciudad con una logística complicada. Aquí no hay carretillas elevadoras, muelles de carga o cualquier tipo de facilidad moderna, que simplifique y abarate el transporte de mercancías.
El relativo trajín no restaba serenidad a la estampa. La ciudad iba despertando lentamente, mientras los primeros vaporetti y taxis acuáticos comenzaban a surcar las aguas del canal. De golpe, el creciente sonido de una sirena acercándose desde el sur rompió la paz de la mañana. Era una lancha del servicio de bomberos, que apareció navegando a toda máquina desde la curva del canal que lleva al puente de Rialto. En unos cuantos segundos, se había perdido de vista, más allá del embarcadero de San Stae. Otra de las peculiaridades de Venecia, donde hasta los servicios de emergencia se deben desenvolver por el medio acuático.
Poco después salíamos a la calle, recorriendo brevemente la cercana Strada Nova. Debido a la pandemia, el hotel en que nos alojábamos tenía el restaurante cerrado y derivaba a sus clientes al cercano Foscari Palace. Strada Nova es, normalmente, una de las calles más saturadas de Venecia. A las siete de la mañana, con todos sus comercios cerrados, apenas había transeúntes. Los pocos que encontramos iban hacia San Marco, caminando en silencio o, como mucho, intercambiando algunas palabras en italiano. Era evidente que se trataba de trabajadores, llegando a Venecia desde Mestre o cualquier otra de las ciudades dormitorio cercanas a la perla de la laguna. Cada vez quedan menos venecianos en Venecia, empujados fuera de su ciudad por los altos precios de la vivienda o la dificultad intrínseca de vivir en una ciudad tan fuera de lo común. Muy hermosa para visitar, pero complicada de habitar.
Habíamos salido ganando con el cambio del desayuno. El salón del Pesaro Palace es bastante cavernoso y no tiene el menor atractivo. En cambio, en el Foscari Palace podíamos desayunar en su pequeña terraza, disfrutando de las espléndidas vistas del Gran Canal. La terraza apenas tenía cuatro mesas, pero una de las ventajas de madrugar era que llegábamos siempre los primeros y podíamos elegir sitio.
Desayunamos sin ninguna prisa, disfrutando del frescor de la espléndida mañana mientras el canal cobraba vida. Los gondoleros iban preparándose para un nuevo día, retirando las lonas que protegen las góndolas durante la noche. Aunque la falta de turismo hacía que la mayor parte quedaran tapadas, esperando tiempos mejores. Mientras, al otro lado del canal, seguía el lento pero constante trasiego de la Pescheria Nuova. Frente a nosotros un joven gondolero hacía una última pausa, antes de comenzar su jornada. Venecia parecía no querer desperezarse.
Justo a nuestro lado había una góndola destapada, que carecía del fero da próva, una de las señas de identidad de las góndolas venecianas. Se trataba de una de las utilizadas en el traghetto de Santa Sofia. Las embarcaciones empleadas en los traghetti, tienen ciertas diferencias con las que habitualmente surcan los canales. La principal consiste en ser manejadas por dos gondoleros, uno en cada extremo de la góndola. Por tanto, no es necesaria la gran pieza metálica que, más allá de su utilidad estética, sirve principalmente para equilibrar el peso en la embarcación. Cruzar de un lado a otro del Gran Canal en un traghetto es una forma barata de viajar en góndola, en la que generalmente se coincide con más venecianos que turistas.
Pero nosotros no teníamos intención de cruzar a San Polo. Al contrario, nuestro destino estaba en San Marco. Viendo el poco turismo que había en Venecia, habíamos decidido dedicar nuestra última jornada completa en la ciudad a visitar alguno de sus lugares más concurridos, a los que normalmente es complicado acceder. Nuestro primer objetivo era la basílica de San Marco. Pero no teníamos prisa. Una vez más, queríamos perdernos por las callejuelas de Venecia, disfrutando de sus lugares más recónditos.
Después de cruzar el Rio dei S. S. Apostoli, decidimos desviarnos hacia el este. En realidad, buscaba una foto concreta del campo de San Juan y San Pablo, que parecía estar sacada desde alguno de los callejones que salen de la Calle della Testa. De camino, ya veríamos lo que nos encontrábamos. Venecia siempre te sorprende.
Junto a Santa María de los Milagros, una barca avanzaba por el Rio dei Miracoli, impulsada a la antigua usanza. Pese a su apariencia, radicalmente distinta a la de una góndola, el bote iba equipado con una fórcola. Se dice en Venecia que cada fórcola es diferente, construida en función de las medidas y características de la embarcación, así como de la altura de la persona que debe manejarla. Su intrincada forma permite accionar el remo de diversos modos, variando tanto el impulso que recibe la barca como su dirección.
Seguimos derivando hacia el este, avanzando por Calle Larga Giacinto Gallina, para saltar por el Ponte del Volto sobre el Rio Widdman. Una vez mas, recorríamos una Venecia desierta, en la que había más tráfico en sus canales que en sus calles y fondamente. Pese a que había levantado la difusa niebla del alba, permanecían las nubes altas, tamizando la luz del sol y creando un hermoso ambiente para las fotos.
Finalmente, llegamos a Calle de la Testa. Al segundo intento, dimos con la ubicación que buscaba, al final de la Calle del Forno. La luz y el cielo eran perfectos, pero no así el entorno. Después de recorrer una Venecia casi vacía, nos sorprendió la cantidad de peatones que deambulaban por Campo Santi Giovani e Paolo. Para colmo, había una obra junto a la iglesia y se nos estaba haciendo tarde. Esperar a que la plaza quedara vacía no era una opción. No era la foto que había planeado, pero ya tenía localizado el emplazamiento concreto. Otra vez será.
De camino hacia San Marco, aun nos encontramos con alguna que otra sorpresa. Comenzando por el espléndido Palacio Soranzo Van Axel, construido entre 1473 y 1479 para Nicolò Soranzo. El edificio, pese a su estilo gótico tardío, tenía un extraño aspecto primigenio. Puede que se deba a que, durante su construcción, se utilizaron materiales del antiguo palacio bizantino de Gradenigo.
Cruzamos sobre el Rio de Santa Marina por el Ponte del Cristo, pasando del sestiere de Cannaregio al de Castello, por una Venecia que estaba cada vez más hermosa, rebosante de esa decadente belleza que la hace única.
En Fondamenta dei Preti, nos encontramos con otra escena, por desgracia, cada vez más común en Venecia. Las aguas del Rio del Mondo Novo superaban el último peldaño de una escalera, penetrando unos metros por un recóndito pasaje. Aun peor era que el agua sobrepasaba los sillares de piedra de la base del edificio, empapando las paredes de ladrillo. Impregnándolas de una sal que, lentamente, acabará con su consistencia.
Atravesamos el Ponte del Paradiso para llegar a la calle homónima, donde pasamos bajo la imagen de la Virgen que, en un arco de mármol de aguja gótica, adorna el extremo septentrional de la calle. Parece que es originario del siglo XV y, según dicen, antiguamente estaba flanqueado por escudos de armas de las familias Foscari y Mocenigo.
Desde allí, un breve paseo nos llevó a la Piazzetta dei Leoncini, donde nos esperaba el espléndido Arco del Paradiso. El paseo había sido breve, poco más de media hora, pero logramos descubrir varios rincones desconocidos de Venecia que, con suerte, podremos visitar con más calma en futuras ocasiones. Por ahora, seguiríamos centrados en realizar una visita un tanto atípica a la basílica de San Marco.
Cualquiera que siga el blog habrá visto que pasear sin rumbo por Venecia es mi actividad favorita en la ciudad. Hoy me limitaré a referenciar otras entradas con la misma temática, listadas cronológicamente.
Giudecca, otra forma de ver Venecia.
Un tranquilo paseo por Cannaregio.
San Polo, mucho más que Rialto.
Un paseo crepuscular por Venecia.
Venecia, un paseo entre canales.
Un paseo entre Ca’ D’Oro y Zattere.
A lo que tan solo añadiré una interesante web en italiano: https://www.conoscerevenezia.it.
La verdad es que el amanecer no solo ofrece una luz increíble, pero además nos permite disfrutar de la ciudad sin tanto turista, lo cual es inestimable.
Muchas gracias por compartir estos lugares.
Venecia es todavía más increíble al amanecer. Gracias por comentar.