Avanzábamos lentamente, sin prisas, en medio de un mar relativamente tranquilo, suavemente mecidos por las olas que entraban desde mar abierto por el extremo occidental de Sørøysundet. El viento era débil, pero hacía un frío intenso. En casi cualquier otra zona del mundo, el atardecer apenas duraría unos minutos, una hora a lo sumo. Pero todavía estábamos en el Ártico. Nos quedaban por delante casi tres horas de luz. Suficientes para alcanzar nuestra siguiente escala, Øksfjord, y volver a zarpar antes de que llegara la noche.
Me encontraba en la cubierta de proa, preparándome para fotografiar el hermoso atardecer, cuando noté algo extraño al mirar por el visor de la cámara. No veía con claridad la parte derecha del encuadre. Había pasado lo inevitable: el frío, la humedad y las salpicaduras de agua salada habían hecho mella y el cuerpo del teleobjetivo estaba empañado por dentro. Al principio, entré en pánico, pero rápidamente me decidí por la opción más pragmática. Bajé al camarote, puse la calefacción al máximo y me olvidé la cámara por un buen rato. Regresé a cubierta armado únicamente con el teléfono móvil.
Mientras el Finnmarken se aproximaba a Øksfjord, el sol iba jugando con las nubes y las cumbres de las montañas, creando preciosos juegos de luz y color. Al filo de las tres y media, según nos adentrábamos en Stjernsundet y enfilábamos la boca del Øksfjorden, el atardecer se hacía más hermoso por momentos. A babor, las blancas cimas de las cumbres de la isla de Stjernøya se teñían de sutiles tonos rosáceos. Por contra, a estribor, era el cielo el que mostraba una hermosa gama de colores, recortados por las cumbres nevadas de la orilla occidental del fiordo. Una vez más, parecía que navegábamos entre dos mundos antagónicos. Uno cálido, de tonos rojizos y dorados, hacia el oeste. Otro, hacia el este, dominado por colores fríos, blancos y azulados. Aunque en esta ocasión el sol, al filtrarse entre los resquicios que se abrían entre las nubes, teñía retazos de las laderas nevadas. El espectáculo era de una majestuosidad y una serenidad sobrecogedoras.
Decidí bajar al camarote un momento, en parte para ver cómo iba el secado de la cámara y en parte para intentar entrar en calor. Conseguí ambos objetivos. Cuando abrí la puerta, tuve la sensación de entrar en un horno. Pero había dado resultado y de nuevo podía utilizar la cámara. Además, el intenso golpe de calor consiguió hacerme echar de menos el frío de cubierta, a la que regresé en un abrir y cerrar de ojos.
Llegamos a Øksfjord pasadas las 15:50, con un ligero retraso. La escala era de quince minutos, aunque entraba dentro de lo posible que se acortara para recuperar algo de tiempo. Por si acaso, no bajé a tierra. En cualquier caso, Øksfjord es una pequeña población de apenas 500 habitantes. Además de su hermosa ubicación, en la orilla oriental del fiordo, no tiene demasiado que ver. Tuvo cierta relevancia durante el siglo XIX, debido a la pesca y el procesado de arenques. Casi todas las factorías cerraron en la década de 1980 y actualmente el pequeño asentamiento vive principalmente de su doble función como centro administrativo y de comunicaciones del municipio de Loppa, así como de las piscifactorías repartidas por el fiordo.
El Finnmarken soltó amarras unos minutos después de las cuatro de la tarde. Lo justo para dejar zarpar por delante nuestro al Bergsfjord, un ferry que hace la ruta entre Øksfjord y Hasvik, en la isla de Sørøya. Era la última escala del Finmmarken en la tierra que le da nombre, la región más remota y extrema de la Noruega continental. Nuestra siguiente parada era Skjervøy, en la vecina provincia de Troms.
Según nos deslizábamos lentamente por el Øksfjorden, el corto día se acercaba a su fin. Los tonos fríos habían logrado imponerse definitivamente sobre los cálidos, que ahora daban sus últimos coletazos en el extremo meridional del fiordo. Mientras, las luces de Øksfjord se habían encendido, dando a la escena un cierto aire de postal navideña. Salimos del fiordo para entrar en Stjernsundet y de allí a Lopphavet, mientras el cielo se oscurecía lentamente. Cuando llegamos a la altura del brazo oriental del Bergsfjorden, junto a la isla de Silda, todo lo que quedaba del día era un resplandor entre las nevadas cumbres y las nubes. Eran las cinco de la tarde. Terminaba así el atardecer más hermoso de todo el viaje, pero no la larga jornada, que todavía reservaba algunas sorpresas.
Se puede ver todo el recorrido invernal que realicé por Noruega en https://depuertoenpuerto.com/noruega-en-invierno/.
Imposible encontrar información en español, más allá de una breve reseña en la Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Øksfjord.
Aunque tampoco hay mucho más en ingles. La web de Hurtigruten tiene una entrada dedicada al puerto: https://global.hurtigruten.com/ports/oksfjord/.
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