Hveradalir, situado en el corazón de Kerlingarfjöll, a casi 900 metros de altura sobre el nivel del mar, es uno de los espacios más fascinantes de Islandia. También es un lugar cuyo acceso, incluso en pleno verano, puede resultar algo complicado. Con un vehículo, la única forma razonable de llegar es recorriendo hasta el final la F347, una de las «carreteras de montaña» de la isla. En invierno, suele ser inaccesible.

Reparando el Ford Excursion

Reparando el Ford Excursion.

Habíamos podido comprobarlo durante la mañana anterior, cuando nuestro intento de llegar a Hveradalir terminó en fracaso, dejando de paso tocados dos de los tres vehículos que habían participado en la fallida excursión. Afortunadamente, durante la tarde fue posible localizar las averías y ambos volvían a estar operativos. Esa misma noche, mientras tomaba unas cervezas con David y Sölvi, surgió un nuevo plan. Quizá nos pasásemos un poco con la bebida, pues no dejaba de ser un poco alocado.

Antes de partir

Antes de partir.

A las ocho en punto de la mañana siguiente, antes incluso de que amaneciera, nos reunimos en el pequeño restaurante del hotel. La idea era sencilla. Subiríamos a Hveradalir en un único vehículo. En concreto, en el Jeep de Sölvi. Aquello podía parecer arriesgado, después de todas las cautelas y precauciones del día anterior. Pero Sölvi lo tenía claro y Jón, el conductor más experimentado del grupo, no puso demasiadas objeciones. Si a la hora límite no habíamos regresado y resultaba imposible contactarnos, subiría a buscarnos.

Adivinando la ruta

Adivinando la ruta.

Salimos poco después de las ocho y media. Entre la hora, más temprana que en nuestro anterior intento, y un manto de nubes bastante más denso, la visibilidad era nefasta. Además, la ventisca había borrado las huellas del día anterior. Avanzábamos por un mundo completamente blanco, en el que apenas había referencias. Sölvi conducía pendiente del GPS, mientras sacaba continuamente la cabeza por la ventanilla, en un intento de lograr adivinar nuestra ruta.

Por un momento, llegué a pensar que no lo lograríamos. Apenas unos metros más allá del lugar en el que habíamos fracasado la mañana anterior, la acumulación de nieve nos impedía continuar. Aunque, a esas alturas, Sölvi no parecía estar dispuesto a rendirse. Tras varios intentos fallidos, buscó una nueva ruta, algo más hacia el este. Con su pericia al volante y jugando con la presión de los enormes neumáticos del Jeep, consiguió superar el escollo.

Hacia el final de la loma

Hacia el final de la loma.

Acabamos tardando más de media hora en recorrer los 5.800 metros de pista que separan Ásgarður del aparcamiento de Hveradalir. Cuando llegamos, nos encontramos con un espeso manto de nubes, cubriendo completamente el paisaje. La temperatura era bastante baja y, de vez en cuando, llegaban ráfagas de un viento gélido, arrastrando jirones de niebla. Las condiciones no eran las más favorables. Pero no era cuestión de rendirse, estando tan cerca de nuestra meta.

Llegando a Kerlingarfjöll

Llegando a Hveradalir, en julio de 2020.

Finalmente, veinte minutos después de las nueve, llegábamos al borde de la loma que domina Hveradalir. Había estado en aquel lugar en el verano de 2020, cuando aquel mismo paisaje me dejó sin palabras, convirtiéndose inmediatamente en uno de mis lugares favoritos de Islandia.

Llegando a Neđri-Hveradalir

Llegando a Neđri-Hveradalir.

El paraje que ahora tenía frente a mi era bien distinto. En cierto modo, menos espectacular. Como tantas veces en el invierno islandés, la nieve lograba privarlo de buena parte de su irreal encanto, cambiando la extraña paleta de colores por un monótono manto blanco. A cambio, magnificaba la sensación de estar en un espacio remoto y difícilmente alcanzable. Si, en nuestra visita de 2020, apenas habíamos coincidido con un puñado de personas, ahora estábamos completamente solos. Probablemente, haría semanas, o incluso meses, que no pasaba por allí otro ser humano.

Descendiendo hacia el Ásgarðsá

Descendiendo hacia el Ásgarðsá.

El plan inicial era hacer unas cuantas fotos desde las alturas y regresar de inmediato. Pero tanto la luz como la visibilidad eran nefastas. Sin pensárselo dos veces, David comenzó a descender por las precarias escaleras. Al menos, éstas parecían haber sido reformadas desde mi anterior visita. En lugar de los frágiles tablones de madera, ahora había peldaños metálicos, aunque la nieve los cubría casi totalmente. Afortunadamente, llevaba conmigo los crampones. Bajo la capa superficial de nieve suelta, había otra completamente congelada.

Riolita y nieve

Riolita y nieve.

Las montañas de Kerlingarfjöll están formadas por riolita. Algo que suele ser considerado como señal de que el macizo montañoso sería en realidad los restos erosionados de una caldera volcánica. O quizá de dos. Los geólogos tampoco se ponen de acuerdo sobre si el volcán sigue activo. Ni logran consensuar si, junto con el cercano Hofsjökull, formaría un sistema volcánico independiente. En realidad, su ubicación remota hace que la zona haya sido muy poco estudiada. Ningún científico la visitó antes de 1890.

Algunos consideran la existencia de Hveradalir y su zona de altas temperaturas como una prueba irrefutable de que el volcán sigue activo. En total, hay tres áreas similares en el corazón de Kerlingarfjöll. La que estábamos visitando, en realidad recibe el nombre de Neđri-Hveradalir. Algo parecido a «Valle de las Aguas termales de Abajo«. En una zona algo más elevada está Efri-Hveradalir y, en el lado opuesto de las montañas, encontraremos Hverabotn. Estas dos últimas son más pequeñas y aún más complicadas de alcanzar que Neđri-Hveradalir.

Tenues huellas de vida

Tenues huellas de vida.

Como tantas zonas geotermales de Islandia, Hveradalir cambia continuamente. Los manantiales de agua caliente aparecen y desaparecen, sin que sepamos explicar los motivos. Esta mutabilidad hace aún más complicada la existencia de las pequeñas manchas de musgos y líquenes, que sobreviven a duras penas, gracias al calor que mana del subsuelo. Siempre en un precario equilibrio entre perecer congeladas o achicharradas.

El Ásgarðsá, aguas abajo de Neđri-Hveradalir

El Ásgarðsá, aguas abajo de Neđri-Hveradalir.

Las altas temperaturas también permiten al río Ásgarðsá, que atraviesa la zona, fluir libremente hacia Ásgarður. A pesar de su escaso caudal, nunca llega a congelarse. Poco antes de abandonar el angosto cañón y llegar al valle, recibe la aportación de otra fuente hidrotermal, que además sirve para proporcionar agua caliente al hotel. El río, que apenas tiene 5.740 metros de longitud, termina desembocando en el Jökullfall.

Vapores entre la niebla

Vapores entre la niebla.

Las condiciones en el fondo del valle no eran mucho mejores que en lo alto de la loma. Las nubes tamizaban la luz del sol, creando una extraña penumbra. La niebla iba y venía, movida por el viento, formando una extraña mezcla con los vapores que brotaban de la tierra. El paisaje cambiaba constantemente, apareciendo y volviéndose a ocultar en cuestión de segundos. En ocasiones, tan rápidamente que ni la cámara tenía tiempo de enfocar. Aunque era muy complicado lograr buenas fotografías, la intensidad de las sensaciones que transmitía el lugar nos mantenía en un extraño estado de euforia, ajenos al frío y las circunstancias adversas.

El camino de regreso

En el camino de regreso.

Tras algo más de media hora, comenzamos el regreso hacia el vehículo. enfrentándonos al empinado tramo de escaleras. Entre el hielo, el viento y las cámaras con las que cargábamos, acabó siendo bastante duro. En algún momento, casi tuvimos que subir a gatas. Cuando finalmente logramos alcanzar el Jeep de Sölvi, pensé que había llegado al mismísimo paraíso.

La vista se desvanece

La vista se desvanece.

Nos pusimos en marcha de inmediato. En lugar de volver directamente a Ásgarður, dimos un pequeño rodeo. Nuestro nuevo destino era un refugio al final de la pista. Según llegábamos, se abrió un claro entre las nubes. Al fondo, podíamos ver el Hofsjökull levantándose sobre la llanura blanca. El sol entró por el claro, iluminando la ladera por la que avanzábamos, mientras creaba un hermoso contraste entre las piedras y la nieve. La vista era tan impresionante, que los tres quedamos enmudecidos. Tras un instante de asombro, David y yo echamos mano de nuestras cámaras. Yo intenté bajar la ventanilla. Él, más expeditivo, optó por abrir la puerta. Ninguno tuvo tiempo de hacer una foto. Estoy más que acostumbrado a la extraordinaria fugacidad de alguno de los momentos mágicos con los que Islandia te premia de vez en cuando. Jamás he vivido uno más breve que aquel.

El Hofsjökull entre las nubes

El Hofsjökull entre las nubes.

Comenzamos el regreso. El día mejoraba y las rodadas dejadas en nuestro ascenso hacia Hveradalir nos ayudaban en el camino de vuelta. Las nubes permitían ver cada vez más cielo azul y, a nuestra derecha, el sol volvía a iluminar parte de la ladera del Hofsjökull. Sölvi y David charlaban animadamente, mientras yo me dedicaba a hacer alguna fotografía sobre la marcha. O al menos a intentarlo.

Ásgarðsfjall

Ásgarðsfjall.

Al frente, a la derecha de la pista, me llamó la atención una diminuta silueta, en lo más alto de un monte con forma piramidal. Sölvi me explicó que era una antena de telefonía. En Islandia, la cobertura de móvil suele llegar hasta los lugares más apartados. El gobierno considera que es un importante factor de seguridad, tanto para los que estamos de visita como para aquellos que trabajan en las Tierras Altas. Mi pregunta pareció activar algún resorte en el cerebro de Sölvi. La mañana seguía abriendo y avanzábamos a buen ritmo, con tiempo más que suficiente para regresar al hotel a la hora prefijada. Sobre la marcha, improvisó el último desvío de la mañana.

Llegando a la cima del Ásgarðsfjall

Llegando a la cima del Ásgarðsfjall.

Comenzamos a remontar la ladera del monte Ásgarðsfjall, siguiendo lo que parecía ser el camino de mantenimiento de la antena. Aunque, sinceramente, yo era incapaz de ver la menor señal de cualquier pista. En cualquier caso, daba igual. El panorama era impresionante y mejoraba con cada metro de altura que íbamos ganando.

El Hofsjökull desaparece tras las nubes

El Hofsjökull desaparece tras las nubes.

Finalmente, llegamos a un lugar, a escasa distancia de la antena, donde ni Sölvi fue capaz de distinguir el camino que seguíamos. Nos detuvimos. Hacía un viento demencial, pero aquellos diez escasos minutos que pasamos junto a la cima del Ásgarðsfjall fueron lo mejor del día. Casi me atrevería a decir que aquel fue el momento más mágico de mi incursión invernal a las Tierras Altas de Islandia.

Las Tierras Altas desde Ásgarðsfjall

Las Tierras Altas desde Ásgarðsfjall.

La inmensidad y la fuerza del entorno que nos rodeaba, resultaban abrumadoras. El Hofsjökull había vuelto a desaparecer tras las nubes, pero daba igual. El paisaje era limpio, puro, inmaculado. Las mismas nubes que ocultaban el glaciar, se dedicaban a jugar con el sol, creando efímeros juegos de luces, que se desplazaban rápidamente sobre las laderas nevadas, volviendo a brindarnos instantes de una belleza tan sutil como fugaz. Habría podido pasar allí el resto del día, disfrutando de mi Islandia favorita en todo su esplendor subártico.

Regresando a Ásgarður

Regresando a Ásgarður.

Pero nuestro tiempo se agotaba. La radio de Sölvi emitió un ruido entrecortado. Era Jón, preguntando si estábamos bien. Fue la señal inequívoca de que nuestra breve estancia en el Valhalla había llegado a su fin. Quince minutos más tarde, estábamos en Ásgarður. Contra todo pronóstico y al segundo intento, los dioses nórdicos me habían concedido el extraño privilegio de visitar, en pleno invierno, uno de los lugares más fascinantes y recónditos de Islandia. Ahora, no quedaba más que regresar a la normalidad. En apenas un cuarto de hora, un pequeño convoy se pondría en marcha, rumbo a Skjól y la Islandia civilizada.

Para ampliar la información.

Quien quiera ver Kerlingarfjöll en verano, puede visitar https://depuertoenpuerto.com/kerlingarfjoll/.

Nuestro fallido intento del día anterior está en https://depuertoenpuerto.com/kerlingarfjallavegur-una-manana-de-invierno-en-la-f347/.

En inglés, Epic Iceland tiene una guía muy completa sobre la zona, centrada en el verano: https://epiciceland.net/guide-to-kerlingarfjoll/.

Se puede encontrar otra buena guía en adventures.com: https://adventures.com/iceland/attractions/mountains/kerlingarfjoll/.

También interesante el artículo en Guide to Iceland: https://guidetoiceland.is/connect-with-locals/regina/mt-kerlingarfjoell-a-fascinating-hike-through-the-colourful-geothermal-area-of-hveradalir.

En https://kerlingarfjoll.is/sogur/winter-wonderland-in-heart-of-iceland encontrarás las posibilidades que ofrece el hotel Highland Base en invierno.

Quien tenga curiosidad por la obra de David de Vleeschauwer, puede visitar su web en https://www.remoteexperiences.com.