Como en nuestra anterior visita a Bergen, entramos al fiordo a la luz del amanecer, entre las islas de Fedje, al norte, y Nordøyna, al sur. Además de los numerosos escollos y rompientes que rodean la zona, lo primero que suele llamar la atención al llegar es el faro de Hellisøy. Levantado en 1855, es el segundo más antiguo de Noruega construido en hierro fundido. Su clásica silueta, pintada en vivos colores, y su ubicación en lo alto de las rocas, con las olas rompiendo a sus pies, se corresponde perfectamente con la idealización de un faro que todos tenemos en la cabeza.
Tras superar el faro y hacer una breve parada para recoger al práctico enfilamos rumbo SSE, con dirección a Bergen. El día era nuboso. A nuestro alrededor se podía ver que, aquí y allá, descargaban fuertes aguaceros. Por contra, en otros puntos las nubes se abrían de vez en cuando, formando efímeros jirones de cielo azul, por los que penetraban rayos de sol. Tenía todo el aspecto de que iba a ser el típico día del suroeste de Noruega, donde el tiempo cambia en cuestión de minutos. Pero sin duda un día muy interesante, donde la luz podía aparecer momentáneamente en cualquier lugar, creando un paisaje constantemente mudable.
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Dependiendo de las condiciones de visibilidad, desde nuestra posición se hubiera podido divisar hacia el este las estribaciones de las montañas de Stølsheimen. Pero ese día tierra adentro lo único que se podía ver era un espeso velo de nubes y chubascos, que cubría todo el horizonte. Hacia el oeste, una larga cadena de islas separa casi totalmente el fiordo del mar abierto. Según se avanza hacia el sur, el paisaje cambia gradualmente. Las islas, que inicialmente son poco más que rompientes que apenas levantan sobre el nivel de la marea alta, van tomando cuerpo. Aparecen signos de vegetación y, como no podía ser menos en Noruega, cabañas aisladas que después dan paso a pequeños núcleos de casas.
Ya cerca de Bergen, en la isla de Store Sotra, se encuentra el puerto de Ågotnes, que sirve de base logística a la industria petrolera. Ver de pronto, en medio de un hermoso paisaje, las plataformas petrolíferas fondeadas en el puerto, rodeadas de instalaciones industriales, es bastante chocante. Pero forma parte de la idiosincrasia de Noruega, que es a la vez uno de los países más desarrollados del mundo y un auténtico paraíso natural. Siempre me ha llamado la atención la naturalidad con la que los noruegos compatibilizan ambas caras de esa dualidad, combinando sin complejos una auténtica pasión por la naturaleza con su asombrosa capacidad para llevar la tecnología a sus últimos extremos.
Tras pasar Ågotnes, la transición a la Noruega más bucólica se realiza con la misma celeridad. En un momento estás frente a un muelle industrial y, un minuto después, éste se ha trasmutado en un bosque que acaricia el mar. La transición es más llamativa si cabe debido a que se llega a la que, en mi opinión, es la parte más hermosa del fiordo: Storasundet. Tras virar hacia el sureste, el fiordo se estrecha, obligando al barco a pasar muy cerca de la costa. Un grupo de islotes rocosos, parcialmente cubiertos de árboles, cierra una pequeña bahía. La zona se encuentra justo en el borde del desarrollo urbano de Bergen, por lo que se pueden ver algunas residencias repartidas entre la vegetación. A la luz del amanecer, el paisaje transmitía una intensa sensación de belleza y serenidad.
A continuación, el entorno se va volviendo más urbano por momentos. Tanto a babor como a estribor, las urbanizaciones y los puertos deportivos van llenando el paisaje, aunque dejan algún espacio a la naturaleza. Superado el extremo sur de la isla de Askøy, el rumbo gira de nuevo unos 90 grados a babor. En ese momento, al costado de estribor se puede ver el puente de Sotra, que une las islas exteriores con el continente. Más allá del puente, se extiende el Knarreviksundet, por el que llegan a Bergen los ferrys procedentes de Stavanger y el sur de Noruega. El puente tiene una luz de 50 metros, por lo que casi todos los cruceros se ven obligados a dar un largo rodeo de unas 80 millas cuando, como nosotros, se aproximan a Bergen desde el sur.
Según nos acercábamos a Bergen, cada vez llovía más. El barco, en medio de un auténtico diluvio, cruzó bajo el puente de Askøy y viró hacia el este, buscando el muelle de Skolten. Y de repente, como por arte de magia, cesó la lluvia. El día seguía gris y, hacia el norte, se veía llover copiosamente sobre el Byfjorden, por el que íbamos a navegar en un par de horas. Pero, al menos de momento, en nuestra llegada a puerto, la lluvia nos dio un breve respiro.
Tras pasar el día haciendo una excursión hasta el Mostraumen y recorriendo Bergen, zarpamos a las cinco en punto de la tarde. A pesar de los diversos chaparrones que cayeron durante todo el día, al final acabó mejorando. La lluvia se detuvo completamente y los claros entre las nubes eran cada vez mayores. El sol se colaba por los claros y creaba hermosos juegos de luces y sombras sobre el mar y los bosques. Tierra adentro, el horizonte seguía cubierto de nubes, pero en el Hjeltefjorden pudimos disfrutar de una hermosa tarde.
En un par de horas de agradable navegación regresamos a las inmediaciones del faro de Hellisøy. De nuevo apareció una lancha para recoger al práctico. Tras una breve parada, el MS Rotterdam volvió a coger velocidad mientras pasaba frente a Hellisøy. El faro, iluminado de vez en cuando por el esquivo sol, se iba empequeñeciendo por momentos según nos alejábamos, a pesar de lo cual era el último elemento en tierra que se podía distinguir con cierta claridad. Apenas una pequeña línea roja y blanca sobre la línea de costa. En ese momento, me dio la sensación de que quería despedirse de nosotros en nombre de su país. Todavía no lo sabía, pero siete meses después volvería a navegar por sus inmediaciones.
Curiosamente, en cuanto nos adentramos en el Mar del Norte, las nubes quedaron atrás y el cielo se tornó de un intenso color azul. En nuestro anterior viaje a Noruega, tras superar el faro el barco había virado hacia el norte, navegando paralelo a la costa. En esta ocasión, mantuvo el rumbo oeste. Como los antiguos vikingos, nos dirigíamos a las vecinas islas Shetland, en Escocia.
Para los que no lleguen en crucero, Maritime Tours organiza itinerarios que permiten conocer la zona: https://www.maritimetours.no/en/home.
Otra forma de navegar por el Hjeltefjorden es a bordo del Hurtigruten, que suele recorrer por completo el fiordo, aunque en ocasiones se desvía por el Herdlefjorden. La ruta mas corta que se puede hacer es Bergen – Florø (o viceversa). Es algo complicado comprar billetes para viajes parciales desde fuera de Noruega, pero se puede intentar en https://www.hurtigruten.com/practical-information/port-to-port/. Otra opción es hacerlo directamente en la página en noruego: https://www.hurtigruten.no. En https://depuertoenpuerto.com/hurtigruten-en-invierno-la-guia-completa/ está mi guía sobre los viajes en la ruta clásica de Hurtigruten.
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