Mi segundo viaje otoñal a Islandia estaría centrado en el noreste de la isla. Para llegar a la zona lo antes posible, su primera jornada completa había consistido en un largo día al volante, recorriendo 531 kilómetros entre Bifröst y Raufarhöfn. Muchos más de los que suelo conducir en la Tierra de Hielo, aunque de camino aún había encontrado hueco para hacer un par de visitas. En la siguiente jornada recuperaría mi ritmo normal de viaje. Por la ruta directa, la distancia entre Raufarhöfn y Möðrudalur apenas era de 167 kilómetros. Que, con los desvíos previstos, se incrementarían hasta los 324. Seguían siendo más de los que recorro habitualmente, pero aún contaba con días razonablemente largos y carreteras limpias de nieve. Además, buena parte del incremento se debía al recorrido por Langanes, que en gran parte estaría centrado en la conducción por su complicada carretera.

Raufarhöfn en otoño.

Comencé la mañana dando un tranquilo paseo por Raufarhöfn y Raufarhafnarhöfði, cerca del extremo septentrional de Islandia, que acabó siendo más interesante y prolongado de lo que había previsto.

Después, atravesé el sureste de Melrakkaslétta por la carretera 874, con las nubes apenas unos metros por encima del desolado paisaje. Llegué a conducir entre la niebla, mientras me dirigía hacia el este por la 85. Pero, según descendía hacia el amplio Þistilfjörður, el día comenzó a cambiar. Aparecieron los primeros claros, mientras las nubes retrocedían hacia las alturas.

Una excursión a Rauðanes.

Pasé las siguientes tres horas y media dando un largo paseo por una de las costas más fascinantes de Islandia. Observando las caprichosas formas creadas por la lava y el mar, mientras las nubes daban paso a un intenso vendaval.

Mi siguiente destino estaba al otro lado del Þistilfjörður. Apenas tardé veinte minutos en llegar a Þórshöfn, donde empezó mi recorrido por la carretera 869. Langanesvegur, como también es conocida la ruta, era uno de los últimos tramos de la Carretera de la Costa Ártica que me faltaba por conocer.

Langanes, la «península larga».

Empleé aproximadamente 4 horas en realizar un recorrido de 112 kilómetros, entre ida y vuelta, por la península. Por una carretera bastante más complicada de lo que inicialmente había previsto, pero que me permitió disfrutar de un entorno que también fue más interesante de lo que esperaba.

Después, aún tenía que llegar a mi destino, en Möðrudalur, recorriendo los 142 kilómetros que separan el cruce de las carreteras 85 y 869 del hotel Fjalladýrð, donde pasaría las dos siguientes noches. Comencé el tramo final del día a las seis de la tarde. Aunque la distancia podía parecer escasa, aún debía atravesar un par de tramos sin asfaltar. Y recorrer la costa de Bakkaflói. Una de las más desoladas de Islandia, donde seguramente realizaría alguna parada.

Þorvaldsstaðir en otoño

Þorvaldsstaðir en otoño.

La primera fue frente a Þorvaldsstaðir. Una granja con un hermoso emplazamiento. A pesar de que aquella tarde el impresionante telón de fondo, formado por el Gunnólfsvíkurfjall, estaba velado por las nubes, que parecían empeñadas en recuperar el terreno perdido a lo largo del día. En cualquier caso, aunque era la primera vez que contemplaba aquel paisaje sin nieve, el lugar no dejaba de tener un aspecto desolado.

Una pausa en Skeggjastaðakirkja

Una pausa en Skeggjastaðakirkja.

La siguiente parada fue en Skeggjastaðakirkja. Otro lugar que únicamente había visitado en invierno. La pequeña iglesia, edificada en 1845, siempre me ha parecido una de las más pintorescas de Islandia. La falta de nieve lograba realzar su belleza, al hacerla destacar sobre un fondo verde pardusco. Aunque, todo hay que decirlo, también privaba al lugar de parte de su descarnado encanto invernal.

A continuación, hice el firme propósito de no detenerme hasta llegar al pequeño mirador que hay en las inmediaciones de Svartfell, frente a Sauðaskarð. Pero llegué demasiado tarde. Entre lo avanzado de la hora y un cielo cada vez más plomizo, no tenía el menor sentido detenerse para intentar hacer unas fotos con una luz claramente insuficiente. Parecía más sensato recorrer el último tramo sin asfaltar, aprovechando las últimas luces del ocaso, y emplear lo poco que quedaba de día para cenar tranquilamente y descansar. Al día siguiente, me esperaba una larga excursión hasta el cráter del Askja, que en realidad era el eje en torno al que giraba todo mi periplo por el noreste de Islandia. Mejor afrontarlo descansado.

Para ampliar la información.

Si no tienes experiencia conduciendo en Islandia, te recomiendo leer esta otra entrada del blog: https://depuertoenpuerto.com/conducir-en-islandia-la-guia-completa/.

Si tienes curiosidad por saber cómo es la zona en invierno, puedes visitar https://depuertoenpuerto.com/de-husavik-a-modrudalur/.

O una entrada más centrada en la costa de Bakkaflói en https://depuertoenpuerto.com/bakkafloi-la-costa-de-la-desolacion/.

En inglés, la web oficial de la Carretera de la Costa Ártica está en https://www.arcticcoastway.is/.