También la luz era diferente. Una tormenta, breve pero intensa, había limpiado el polvo en suspensión de la atmósfera. El sol, que por la mañana nos deslumbraba, brillando con fuerza sobre las montañas que rodean Kotor, ahora se encontraba a nuestra espalda, iluminando el monte de San Juan con una luz tamizada por unas nubes cada vez más abundantes, que cubrían buena parte del cielo hacia occidente. La tarde comenzaba a ponerse interesante.
Zarpamos poco antes de las seis de la tarde. El viento o la marea habían arrastrado Le Lyrial hacia Kotor, por lo que volvimos a pasar frente Dobrota y su hermosa iglesia de San Mateo. Avanzábamos por la bahía de Kotor lentamente, sin ninguna prisa. Tanto, que una desvencijada embarcación turística, que había zarpado de Kotor algo después nuestro, nos daba alcance inexorablemente. La placidez de la tarde, junto a nuestra tranquila navegación, hacían que estar en cubierta fuera un auténtico placer.
Desde proa, más bien parecía que estuviéramos en un lago. Más allá de Prčanj, la mole calcárea del Sveti Ilija parecía cerrar el paso, aislando el interior de las Bocas de Kotor de mar abierto. Según avanzábamos rumbo a Perast, la tarde mejoraba por momentos. Hacia el oeste, las nubes se acumulaban, intentando bloquear el paso al sol. Éste lograba filtrarse por algunos claros, creando interesantes juegos de luces, continuamente cambiantes.
Tras algo más de media hora, llegamos frente a Perast. Le Lyrial cambió su tranquilo ritmo de navegación, por debajo de los diez nudos, a otro todavía más lento. Prácticamente nos detuvimos frente a sus muelles, mientras intercambiábamos saludos con la localidad. Nosotros con la bocina del barco y ellos haciendo sonar las campanas de San Nicolas, el principal templo católico de Perast, que se comenzó a construir en el siglo XVII y a fecha de hoy sigue sin completarse.
Nuestra lenta deriva hacia el oeste nos llevó junto a los islotes de Gospa od Škrpjela (Nuestra Señora de las Rocas) y Sveti Đorđe (San Jorge). Su silueta, flotando sobre las aguas plateadas por la luz del atardecer, era todavía más irreal que la de la mañana. Con razón son una de las imágenes icónicas de las Bocas de Kotor.
Finalmente, nuestra derrota nos acercó al extremo septentrional del estrecho de Verige. Le Lyrial aceleró hasta una velocidad de crucero razonable. No parecía prudente atravesar Verige a paso de tortuga. Regresamos a la cubierta de popa, para disfrutar de la hermosa vista de Perast, a los píes del Sveti Ilija, mientras nos adentramos en Tivat, la mayor y a la vez menos interesante de las cuatro bahías que forman las Bocas de Kotor. Durante la travesía de Tivat, el cielo comenzó lentamente a cambiar de color. Los tonos dorados indicaban que se acercaba el atardecer. Volvimos a la cubierta de proa, coincidiendo con la travesía del estrecho de Kumbor.
Superado el estrecho, estábamos en Herceg Novi, la parte exterior de las Bocas. Frente a nosotros, el sol se acercaba lentamente a las montañas que rodean la bahía. El cielo y el agua cambiaban poco a poco su color, cada vez con tonos más rojizos, mientras las luces de Herceg Novi se iban encendiendo lentamente. Le Lyrial volvió a reducir su marcha, hasta casi detenerse en medio de la bahía. El silencio apenas era roto por el débil sonido del agua contra el casco del buque y el eco de algún lejano motor de embarcación. El atardecer sin duda iba a ser hermoso, aunque no sospechábamos hasta que punto.
Una vez más, como nos había ocurrido un año antes frente a San Juan de Terranova, lo que aparentemente iba a ser otra hermosa puesta de sol más, se convirtió de pronto en uno de los atardeceres más espectaculares que he podido vivir. Tras ocultarse el sol tras las montañas, cuando parecía que el espectáculo finalizaba, sus rayos penetraron de improviso entre las nubes, tiñéndolas de unos increíbles tonos entre rojizos y anaranjados. No duró ni diez minutos, mientras Le Lyrial se deslizaba muy lentamente hacia el suroeste, camino de mar abierto. Pero fueron unos minutos de una belleza y una serenidad arrebatadoras.
Pasado el momento mágico, continuamos navegando lentamente, rumbo a la cercana Dubrovnik, de la que apenas nos separaban cincuenta kilómetros. Con las últimas luces del día, atravesamos la parte exterior de las Bocas, mientras la silueta del cabo Oštro se recortaba sobre un cielo cada vez más oscuro. La tarde había sido una magnífica demostración del cuidado de Ponant por el detalle, zarpando de Kotor a la hora exacta para, tras una hermosa navegación disfrutando de los puntos más interesantes de la ruta, estar en el momento preciso en el mejor lugar para disfrutar del ocaso. Que, además, éste acabara siendo tan asombrosamente bello, fue cuestión de suerte.
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En https://www.itinari.com/es/country/montenegro hay numerosos artículos sobre Montenegro, varios de ellos centrados en lugares de las Bocas de Kotor.
Para quien no vaya en barco, recomiendo visitar https://viajeros30.com/2017/09/07/ruta-bahia-de-kotor-montenegro/, donde describen un itinerario en coche por las Bocas.
En inglés, en la web Routes and Trips también hay una entrada, con algo de información y muchas fotografías, sobre un itinerario en coche: https://www.routesandtrips.com/driving-around-the-bay-of-kotor/.
Quien vaya en barco, propio o alquilado, puede encontrar información práctica en SimpleSail: https://simplesail.com/simplesail-sailing-routes-0091e/montenegro-routes-0092e/.
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