Desayunamos con toda la calma del mundo en la terraza del hotel, en Riva San Biasio. A las espléndidas vistas sobre Riva degli Schiavoni y San Giorgio Maggiore, se unía el doble entretenimiento de ver pasar los transbordadores que unen el Lido con Tronchetto y defender nuestro desayuno de la voracidad de las gaviotas que, espoleadas por la falta de visitantes, acechaban esperando el menor despiste para abalanzarse sobre la mesa. Poco después de las nueve, iniciábamos nuestro recorrido por la ciudad.
Que Venecia estuviera a menos de medio gas no significaba que encontráramos una ciudad vacía. Según atravesábamos San Marco rumbo a nuestra primera visita, comenzaban a aparecer algunos turistas. Una pareja frente a la fachada de la basílica, unas cuantas personas sentadas en los soportales del Palacio Ducal, otras paseando por Piazzetta San Marco. No estábamos solos, pero el nivel de turismo era más que llevadero. Sobre todo, teniendo en cuenta que estábamos en la segunda quincena de agosto.
Visitando La Fenice.
Tras salir del teatro, dimos un tranquilo paseo por el sestiere de San Marco. Teníamos que subir a un vaporetto que salía a las 13:30 del muelle B del embarcadero de San Marco – San Zaccaria. No teníamos ninguna prisa. Nos dedicamos a una de mis actividades favoritas en Venecia: pasear sin rumbo entre sus laberínticas callejuelas. Por mucho que conozcas la ciudad, siempre descubres algo nuevo. Aquel día fue la espléndida puerta gótica de un decrépito palacio en el Rio de la Verona. Con sus desconchones, sus peldaños hundiéndose en el agua y una nutrida colonia de moluscos carcomiendo sus cimientos, era una alegoría perfecta de la ciudad.
Acabamos en Campo Santo Stefano, cerca del puente de la Academia. Aprovechamos para visitar su iglesia, un templo fundado en el siglo XIII, pero reconstruido en el XIV y reformado en el XV. Pese a tener algún elemento destacado, no nos llamó especialmente la atención. Si algo sobra en Venecia son iglesias deslumbrantes. Quizá lo más interesante de Santo Estefano sea su espléndida puerta principal, de estilo gótico flamígero. Normalmente es atribuida a Bartolomeo Bon, pese a que no haya certeza absoluta sobre su autoría.
Durante el camino de regreso visitamos San Moisés, un templo que hunde sus raíces en el siglo VIII, aunque no quede ni el más mínimo rastro de aquel edificio. Tras dos reconstrucciones, el edificio definitivo se levantó en 1632. La iglesia destaca por su espléndida fachada, finalizada en 1668 y considerada la obra cumbre de Alessandro Tremignon. Pero esta vez la fortuna no nos fue propicia. Encontramos un gran andamio cubriendo el frente de la iglesia. Tuvimos que conformarnos con recorrer su interior, que tampoco nos pareció excepcional. La mala iluminación nos impidió disfrutar de los cuadros de Tintoretto o Palma el Joven. Lo que más nos llamó la atención fueron algunos de los personajes enterrados en su interior. Como John Law, el escocés responsable de una de las primeras burbujas financieras de la historia. O Cristoforo Ivanovich, un eslavo nacido en la Albania véneta que, además de ser un buen ejemplo de la capacidad integradora de la Serenissima, escribió varios libretos y la primera historia de la ópera veneciana.
Nos desquitamos junto al Gran Canal, contemplando la espléndida silueta de Santa María della Salute levantándose al otro lado de sus aguas. Construida entre 1631 y 1687 como un exvoto por la peste que acababa de sufrir Venecia, la obra maestra de Baltasar Longhena también se caracteriza por un espléndido exterior. Aunque en este caso el limpio interior, con su gran nave de forma octogonal, no se queda atrás.
Poco después, volvíamos a pasar por una plaza de San Marco donde la afluencia era cada vez mayor. Aunque no era la plaza casi desierta que habíamos disfrutado la noche anterior, tampoco se acercaba al mar de cabezas que habría sido durante un agosto normal. A continuación, un breve viaje en un vaporetto casi vacío que nos permitió disfrutar a nuestras anchas de las espléndidas vistas, nos llevó a nuestra segunda visita del día.
San Lázaro de los Armenios.
Regresando de San Lázaro, estuvimos tentados de hacer una escala en San Servolo. Tras pertenecer a los benedictinos, la isla alojó el manicomio de Venecia entre 1725 y 1978. En el 2006 abrió sus puertas un museo en el que se puede ver la larga historia del hospital psiquiátrico. Pero el cansancio, tras mas de 7 horas pateando las calles de Venecia, se combinó con el restringido horario del museo y la escasa frecuencia con la que opera la linea 20 para animarnos a seguir nuestro camino.
A las cinco y media de la tarde estábamos de vuelta en la habitación del hotel, que nos recibió con una espléndida vista sobre la cuenca de San Marco. El sol brillaba con fuerza sobre el agua, creando un mar de plata desde el que emergía, una vez más, la imponente silueta de Santa María della Salute. Una refrescante ducha, seguida de una breve siesta, nos dejó como nuevos.
El plan para lo que quedaba de día era muy simple. Aprovechar que los vaporetti iban casi vacíos para acercarnos hasta el Lido, de donde regresaríamos coincidiendo con la puesta de sol. Para hacer tiempo, dimos un breve paseo por la Via Giuseppe Garibaldi, donde entramos a San Francisco de Paula, la última iglesia del día, que no nos pareció especialmente atractiva. Más interesante es la historia de la calle, que pese a su nombre es en realidad lo que en Venecia suele denominarse un río terá. En este caso, la parte occidental del antiguo Rio di Sant’Anna fue enterrada entre 1810 y 1812 por orden de Napoleón Bonaparte, creando una de las pocas calles amplias que tiene la ciudad.
De allí pasamos a la calle San Domenico, una ancha alameda que quizá sea la calle menos veneciana de Venecia. Mas allá están los antiguos Jardines Napoleónicos, creados en 1807 por un decreto del emperador, que quería dotar a la recién conquistada ciudad de un parque público similar a los que había en otras capitales europeas. Con este fin, se demolieron varias iglesias y conventos, cuyos escombros se aprovecharon para crear un gran espacio, en el que incluso se recreó una pequeña colina. Actualmente están ocupados en su mayor parte por la Bienal de Venecia.
Pero no habíamos ido a Venecia a recorrer jardines. Poco antes de las siete y media subíamos en el embarcadero de Giardino a un vaporetto de la linea 1, rumbo al Lido. Desde su popa pudimos ver cómo el sol, aprovechando el último claro entre las nubes, llenaba el agua de la laguna con reflejos dorados. El atardecer prometía.
Una vez en el Lido, ni salimos de su terminal marítima. Estuvimos 15 minutos paseando por sus muelles, haciendo alguna foto mientras esperábamos el momento óptimo para iniciar nuestro camino de vuelta.
Éste llegó cinco minutos antes de las ocho, cuando subimos a un vaporetto de la línea 6 de vuelta a Venecia. Los escasos veinte minutos que tardamos en llegar a nuestro destino, en el embarcadero de Zattere, fueron un sueño. Uno de esos momentos en que no sabes si hacer fotos como un poseso o dedicarte a contemplar el espectáculo que tienes ante tus ojos.
Al frente, Santa María della Salute y la Punta de la Aduana crecían por momentos, hasta convertirse en el elemento dominante, con las últimas luces del ocaso como telón de fondo.
Atrás iban quedando San Marco y el Palacio Ducal, con sus espléndidas cúpulas y fachadas teñidas por una luz cada vez más sutil. Al igual que en las calles de Venecia, el tráfico en sus canales apenas era una sombra del habitual. Hasta en la normalmente concurrida intersección entre el Gran Canal y el canal de Giudecca el trajín de lanchas era asombrosamente escaso, añadiendo serenidad a la escena.
Tras desembarcar, la idea era regresar al hotel dando un tranquilo paseo por Dorsoduro y San Marco. Pasamos junto al squero de San Trovaso, uno de los pocos astilleros en los que se siguen fabricando las góndolas venecianas. Es posible visitarlo, pero evidentemente a esas horas ya estaba cerrado. Sigue siendo una de nuestras tareas pendientes en Venecia.
De allí, al puente de la Academia, donde pudimos disfrutar de una hermosa y relajante vista del Gran Canal, apenas iluminado por las últimas luces del ocaso. Si a esas horas, en un verano normal, la ciudad comienza a adormecerse, mientras la gran masa de turistas abandona sus calles y canales, en plena pandemia la sensación de calma era asombrosa. Sobre la marcha, decidimos dar un rodeo hacia la Punta de la Aduana, uno de mis lugares favoritos de la ciudad.
Lo que nos obligó a pasar virtualmente a los pies de Santa María della Salute. El espléndido templo, cuya enorme cúpula es visible desde buena parte de la ciudad, parecía empeñado en convertirse en el protagonista de la jornada.
Encontramos la Punta de la Aduana más concurrida de lo habíamos esperado. Suele ser un espacio bastante tranquilo. Viendo lo vacía que estaba la ciudad, íbamos con la idea de estar completamente solos. No fue así, pero la media docena de personas con la que tuvimos que compartirlo se dedicaban a lo mismo que nosotros: contemplar extasiados el mágico entorno que nos rodeaba.
Llegaba la hora de regresar al hotel, atravesando por tercera vez San Marco. Sin llegar a estar tan despejada como la noche anterior, el turismo en la plaza apenas era una sombra del habitual. Aprovechamos para pasar un rato sentados en los escalones bajo el museo Correr, disfrutando del frescor de la velada.
Finalmente, llegamos al hotel pasadas las diez y media. Terminaba así una jornada tan larga como fructífera. Antes de dormir, me asomé por última vez a la ventana de la habitación. La laguna, por la que no navegaba ningún barco, parecía descansar tras el trajín de todo el día. La luna, en cuarto creciente, brillaba sobre San Giorgio. No recordaba haber visto una Venecia tan tranquila. Ni tan siquiera en un invierno normal. Visitar la ciudad de la laguna en aquel anómalo verano había sido todo un acierto.
En ElGiroscopo Viajero se puede encontrar un buen artículo sobre el squero de San Trovaso: https://elgiroscopo.es/squero-di-san-trovaso-el-astillero-donde-nacen-las-gondolas-de-venecia/.
La web Art Chist tiene una galería fotográfica de Santa María de la Salud: https://artchist.blogspot.com/2017/04/barroco-en-italia-santa-maria-de-la.html?m=0.
Pese a su diseño y su traducción incompleta, muy interesante la entrada sobre la misma basílica en http://www.unav.es/ha/004-IGLE/4.2-Santa-Maria-della-Salute.Venice.htm.
En https://depuertoenpuerto.com/entre-los-dolomitas-y-ravena/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por el nordeste de Italia.
En inglés, para moverse en vaporetto siempre es recomendable consultar la web Muoversi a Venezia: https://muoversi.venezia.it/en/content/consult-map.
Atlas Obscura tiene una entrada sobre San Servolo: https://www.atlasobscura.com/places/museo-del-manicomio-san-servolo-insane-asylum-museum.