Lo cual no significaba que fuese a ignorar por completo a Ilulissat. El plan era visitar algunos de sus museos. Sobre todo el de historia y cultura y el dedicado al Kangia. Aunque en principio quedarían en segundo término, como plan B, por si el clima se torcía. De momento, hacía una tarde espléndida. Poco después de la una y media estaba en el hotel y la excursión en barco que pensaba realizar por el frente de hielo del Kangia salía a las nueve de la tarde. Lo que me dejaba tiempo de sobra para acomodarme y dar un tranquilo paseo hasta el viejo corazón colonial de Ilulissat, que podía ver desde la ventana de mi habitación.
Debido a la riqueza de sus aguas, la zona estuvo sucesivamente habitada por las distintas culturas que fueron pasando por Groenlandia. La misma riqueza atrajo a los balleneros holandeses, que se establecieron en una pequeña ensenada, que ellos llamaron Maklykout. En 1739 fueron desalojados por una flotilla danesa comandada por Jacob Severin, dando lugar a la única batalla naval entre dos potencias europeas que se ha producido en Groenlandia. Dos años después, Jacob Severin fundaría un asentamiento, que en su honor recibió el nombre de Jakobshavn. Asentamiento que lentamente iría drenando la población de Sermermiut, junto a la boca del Kangia, donde tradicionalmente se habían establecido las culturas autóctonas. Los últimos habitantes de Sermermiut, cuya traducción sería «el lugar de la gente del glaciar», se trasladaron a Jakobshavn en 1850.
El centro histórico del actual Ilulissat apenas contiene un puñado de edificios. Al fin y al cabo, su población creció muy lentamente. En 1850 apenas era de 262 personas. Diecisiete años más tarde, un brote de tuberculosis se llevaría a un tercio de sus residentes. En 1938, alcanzó los 528 habitantes. Como en tantas pequeñas ciudades groenlandesas, su mayor crecimiento vino después de la Segunda Guerra Mundial, de la mano de los intentos daneses de reubicar a la población inuit en unos cuantos centros neurálgicos, más sencillos de controlar que los diminutos asentamientos, repartidos por toda la costa, en los que habitaban tradicionalmente. Buena parte de las infraestructuras existentes se construyeron en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. A partir de esta última, comenzó el auge del turismo en la ciudad, que con toda seguridad se incrementará tras la ampliación del aeropuerto. En 2027, una vez se finalice la nueva pista, está previsto comenzar a ofrecer vuelos directos desde Copenhague, con un avión de fuselaje ancho.
El edificio más antiguo que se conserva en Ilulissat es la iglesia de Zion, construida entre 1779 y 1783. En aquel momento, era el mayor edificio de Groenlandia. En la actualidad, aunque es algo posterior a la primera iglesia de Sisimiut, se ha convertido en la iglesia más antigua de la isla que sigue utilizándose como tal. Originalmente estaba situada directamente sobre el suelo, en la orilla del mar. Una ubicación muy expuesta, en caso de que algún iceberg creara un tsunami. Entre 1929 y 1931 se decidió desmontar el edificio y trasladarlo 50 metros hacia el interior, a una posición más elevada, sobre el pedestal en el que descansa actualmente. Con sus tablones de madera oscura y sus blancas ventanas, todo ello recortado sobre el impresionante fondo de la bahía de Disco, la iglesia es increíblemente fotogénica. También dicen que su interior, con las columnas pintadas en blanco y un cuadro del XVIII adornando el altar, tiene cierto interés. No tuve ocasión de comprobarlo.
El otro edificio notable de la zona es la casa natal del explorador ártico Knud Rasmussen, actualmente convertida en el museo de historia y cultura local. Fue prefabricada en Dinamarca en 1846 y montada en Ilulissat al año siguiente. Alternó su función entre seminario, en 1848-1875 y 1900-1907 y residencia del pastor local. Precisamente durante este uso, en 1879, nació Rasmussen, hijo de un misionero danés y una mujer con sangre inuit. Circunstancia que le permitió vivir a caballo de ambos mundos, aprendiendo tanto la cultura occidental, como las costumbres de los kalaallit, el grupo más numeroso entre los inuit de Groenlandia. Realizó varias expediciones por el Ártico, entre las que destaca la quinta, en la que consiguió llegar desde Groenlandia hasta el océano Pacífico en un trineo tirado por perros.
Con la iglesia y el museo cerrados, mi atención acabó inevitablemente centrada en el deslumbrante entorno. Una suave ladera de roca se deslizaba hacia la orilla. Más allá se extendía una ensenada, cuajada de pequeños icebergs. Sobre las rocas había un banco, con una vista que solo puedo calificar como única. Sus dos ocupantes se marcharon mientras yo fotografiaba la fachada de la iglesia. Tan pronto como quedó libre, aproveché para ocupar su lugar.
Pasé en el banco buena parte de lo que quedaba de tarde. Con la ropa adecuada, la temperatura resultaba bastante agradable. El sol templaba el ambiente, no había el más mínimo indicio de viento y el panorama era increíble. Poder estar cómodamente sentado en un banco público en el mismo centro de una pequeña ciudad, mientras contemplas una ensenada llena de icebergs, no es una experiencia muy habitual. Al menos, para los que vivimos en España.
Aunque resultó que no era el único que había decidido bajar a la orilla de Disko Bugt a pasar la tarde. Un grupo de chavales comenzó a trastear a mi izquierda. Por supuesto, no entendía absolutamente nada de lo que decían. Pero todos hemos sido críos y, por sus gestos y actitudes, me lo puedo imaginar: que si te tiro al agua, que si voy a tocar un iceberg, que si no hay c…… Al final, los hubo, y uno de ellos se adentró en un agua que debía estar, como mucho, a dos o tres grados sobre cero. Otros, debieron bañarse al otro lado de las rocas, pues más tarde pude observar cómo se secaban. Después, se marcharon y regresó la paz.
Entre tanto, pasaron por la pequeña ensenada unas cuantas de las típicas lanchas que utilizan los groenlandeses para desplazarse de un asentamiento a otro, en un país donde las carreteras son virtualmente inexistentes. Y el Nukariit III. Un pequeño pesquero, que volvería a ver al día siguiente, en el lugar más inesperado.
Finalmente, apareció el mismo Silver Mary con el que me había cruzado en tres ocasiones, mientras navegaba hacia el norte a bordo del Sarfaq Ittuk. La primera, el día anterior en el puerto de Sisimiut. Ahora llegaba procedente de Aasiaat, donde le había vuelto a ver esa misma mañana. Por su rumbo, parecía encaminarse a los muelles de Ilulissat, situados setecientos metros al noreste del lugar donde me encontraba. Por tanto, en unos minutos volvería a cruzarme con el carguero. Esta vez, subido a la lancha que debía llevarme hasta los hielos del Ilulissat Kangerlua.
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Para ampliar la información.
Aunque (como es normal) esté más centrada en la naturaleza que en la propia ciudad, imprescindible la espléndida entrada sobre Ilulissat en El Rincón de Sele: https://www.elrincondesele.com/que-ver-en-ilulissat-guia-groenlandia-oeste/.
En inglés, la sección sobre Ilulissat en la página oficial de turismo de Groenlandia está en https://visitgreenland.com/destinations/ilulissat/.
La web Trap Greenland tiene una buena entrada sobre la ciudad: https://trap.gl/en/kommunerne-og-byerne/avannaata-kommunia/ilulissat/.
También es interesante la guía de Ilulissat escrita por Lisa Germany para Secret Atlas: https://www.secretatlas.com/handbook/greenland/ilulissat-travel-guide.









