Desembarcamos en Hydra unos minutos después de las nueve de la mañana. No teníamos muy claro en qué emplear el día. Llegábamos cansados después de dos intensas jornadas en Atenas y, en un crucero sin días de navegación, habíamos pensado utilizar la escala en Hydra para recuperar fuerzas. La idea era dejarnos llevar y ver que nos encontrábamos. La atmósfera relajada, de la que la isla hace gala, trabajaría a nuestro favor.

Transporte en Hydra

Transporte en Hydra.

La lancha de Le Lyrial nos dejó en pleno centro de la capital de la isla. El diminuto puerto estaba lleno de barcos de recreo, que contrastaban vivamente con varios grupos de mulas junto a los muelles. He leído en varios lugares que en Hydra están prohibidos los vehículos de motor. Esto no es estrictamente cierto, ya que pudimos ver algún vehículo motorizado. Los dos o tres con los que nos cruzamos me trajeron recuerdos de los motocarros que había en España durante mi infancia. En cualquier caso, Hydra no tiene carreteras y muchas de sus calles son muy estrechas o tienen escalones. Al final, la mayor parte del transporte se hace mediante mulas y burros, que pueden llegar a todos los rincones de la isla.

Comenzamos dirigiéndonos a la Catedral de la Asunción de la Virgen María. No tiene pérdida, se accede al patio interior atravesando el arco de la torre del reloj, junto al muelle Mandrakiou, en el costado meridional del puerto. El lugar parecía sacado de un grabado de M. C. Escher. Un arco daba a un patio, donde había otro arco, que daba a otro patio, a su vez rodeado de arcadas. Y todo coronado por dos torres que, aunque de modestas proporciones, no hacían mas que reforzar la sensación de estar en una de las litografías del genial artista holandés. Los orígenes del edificio no están claros. Según parece, en 1643 una monja llegó a la isla y fundó en el lugar un reducido convento, con una iglesia anexa. El convento no prosperó, pero un grupo de monjes se instaló en los edificios. La iglesia actual, de estilo bizantino, fue construida en 1774, tras un terremoto que derribó el edificio original. Las dos torres son mas modernas, de 1806 y 1874. El interior de la iglesia, excesivamente recargado, contrasta fuertemente con la sencillez de los espacios exteriores. El monasterio jugó un importante papel en la guerra de independencia griega de 1821, como centro de reunión de la importante comunidad marítima de la isla, fundamental para el triunfo del alzamiento. Actualmente, parte de sus salas están ocupadas por un pequeño museo, que no visitamos.

Puerto de Hydra

Puerto de Hydra.

Salimos del complejo por un arco lateral, encaminándonos al costado occidental del puerto, donde se agrupaban las pocas barcas de pesca que parecen quedar en Hydra. La sensación de calma era casi absoluta. Unas cuantas personas paseaban tranquilamente por la calle que flanquea el puerto, donde se mezclaba el comercio tradicional con las tiendas de diseño. Los únicos sonidos eran los producidos por algunas embarcaciones navegando frente a la costa y los cascos de un par de burros, que pasaron junto a nosotros cargados con botellas de butano. Por un momento, estuvimos a punto de rendirnos a la quietud del lugar y dedicarnos al «dolce far niente» en una vecina terraza, con unas espléndidas vistas y una escalera que descendía hasta el mar. Logramos superar el momento de debilidad y continuamos andando con rumbo oeste, siguiendo el sendero pavimentado que serpentea por la costa septentrional de la isla.

Costa norte de Hydra

Costa norte de Hydra.

El camino, con un impecable pavimento de piedra y una barandilla del mismo material en el lado del mar, serpenteaba por la ladera, a unos veinte metros sobre el mar. Pasear era un auténtico placer. Aunque el día prometía llegar a ser caluroso, la temperatura era todavía soportable. En su lado de tierra, el camino estaba flanqueado por casas de aspecto tradicional, entremezcladas con una variada vegetación mediterránea: pinos, cipreses, olivos, higueras. De vez en cuando, alguna gallina picoteaba entre la hierba reseca. Hacia el lado del mar, la ladera descendía hacia el agua, limpia y transparente. Varios senderos permitían llegar a la orilla, en la que comenzaba a verse algún bañista.

Puerto de Kamini

Puerto de Kamini.

Pese a que íbamos sin ninguna prisa, en menos de veinte minutos estábamos en el diminuto puerto de Kamini. Al contrario que en el puerto principal de Hydra, aquí eran mayoría las embarcaciones de pesca, muchas de ellas tradicionales. En Kamini nos apartamos del sendero, que se internaba en la isla rodeando el núcleo de casas entorno al puerto. Tras un breve rodeo para recorrer el muelle, nos reincorporamos a la senda principal y seguimos avanzando hacia el oeste.

Kastello y la playa de Kamini

Castello y la playa de Kamini.

Tan solo unos metros después, llegamos a Castello Hydra. El lugar es un edificio del siglo XVIII, posiblemente una mansión fortificada, reconvertido en chiringuito playero con estilo. Nos dimos el primer chapuzón del día en su playa, para después subir a la terraza a descansar y tomar un refresco. El mar, de un intenso azul, hacía resaltar la zigzagueante linea de costa. Frente a nosotros, el extremo oriental de la península del Peloponeso comenzaba a desdibujarse entre la bruma, que aumentaba a la par de la temperatura ambiente. El trasiego de embarcaciones, sobre todo de recreo, era constante. Y, algo hacia el este, podíamos ver Le Lyrial, fondeado frente al puerto de Hydra.

Cerca de Vlychos

Cerca de Vlychos.

Decidimos seguir avanzando por el sendero. Mas allá de Castello, terminaban las construcciones. La isla se volvió mas inhóspita, con menos vegetación. El calor aumentaba, lo que no nos hizo desanimarnos. Siempre podíamos bajar a darnos un chapuzón, o directamente dar media vuelta. Hasta ese momento nos habíamos encontrado con pocas personas andando por la senda. Al oeste de Castello estuvimos prácticamente solos. El paisaje, a pesar de lo áspero del terreno, no perdía interés. Según avanzábamos, podíamos ver la costa de la deshabitada isla de Dokos, tan agreste como árida. El brazo de mar que la separa de Hydra estaba salpicado por algunos islotes rocosos y una multitud de pequeñas embarcaciones. Entre todas, nos llamó la atención una elegante goleta, fondeada frente a la costa al oeste de nuestra posición. Su presencia nos animó a seguir adelante y averiguar que había inclinado a su tripulación a recalar en ese punto de la costa.

Vlychos

Vlychos.

Tras superar un recodo del camino, averiguamos el motivo. Se trataba de Vlychos, un pequeño asentamiento situado junto a una playa. Para llegar, acortamos por un estrecho puente de piedra que salva una pequeña quebrada. Tras llegar a las primeras casas, seguimos avanzando por el camino. Y, de repente, éste se convirtió en una polvorienta pista de tierra. Avanzamos un poco mas, hasta un recodo tras un edificio. El camino seguía, adentrándose por un paisaje cada vez mas árido. No tenía sentido seguir. Buscamos una calle lateral y nos acercamos a la costa. Si Hydra era un remanso de paz, no se como describir Vlychos. Con la excepción de un grupo de bañistas, parecía que el pueblo estaba vacío. Vimos un restaurante de pescadores con un aspecto magnífico. Sus mesas, situadas a la sombra de un enorme pino, a escasos metros del mar, eran casi tan tentadoras como el olor que salía de la cocina. Pero nos desanimó nuestra falta de apetito y la perspectiva de tener que desandar el camino a pleno sol y haciendo la digestión. Al final, nos conformamos con darnos un chapuzón en las cristalinas aguas de la playa y comenzar el regreso.

A las dos de la tarde regresábamos a la capital de la isla. Hacía bastante calor y las calles estaban prácticamente desiertas. Aunque, en sus angostos callejones, era relativamente sencillo encontrar sombra y algo de frescor. Históricamente, Hydra ha sido bastante próspera. La isla albergó una escuela náutica desde 1645. Durante el dominio turco llegó a tener 16.000 habitantes y una flota de 125 buques, tripulada por cerca de 10.000 marineros. Su época dorada llegó tras el tratado de Küçük Kaynarca, firmado en 1774 entre los imperios ruso y otomano. El tratado daba a los buques griegos dos privilegios: navegar bajo pabellón ruso y paso libre por los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Hydra fue el puerto griego que mejor supo aprovechar las nuevas condiciones. Sus barcos transportaban mercancías por buena parte del Mediterráneo, desde las costas rusas en el mar Negro, hasta lugares tan a occidente como Livorno, en la Toscana. Pronto pasaron de simples transportistas a comerciantes, haciéndose con el control de buena parte del tráfico del Levante otomano. En sus mejores momentos, los barcos de Hydra llegaban a puertos franceses, españoles e incluso americanos.

Hydra desde la mansión Lazaros Koundouriotis

Hydra desde la mansión Lazaros Koundouriotis.

Curiosamente, fueron los ricos comerciantes de Hydra los que acabaron con su prosperidad. Tras algún titubeo inicial, la isla abrazó la causa de la revuelta griega contra los turcos, que desembocaría en la independencia del país en 1830. Con la independencia, vino el fin de los privilegios. Al no ser parte del Imperio Otomano, el tratado de Küçük Kaynarca dejó de aplicarse y los barcos de Hydra perdieron buena parte de su mercado, quedando tanto Rusia como el Levante otomano fuera de su zona de acción. La isla comenzó un lento declive, que ha hecho descender su población por debajo de los 2.000 habitantes.

Mansión de Lazaros Koundouriotis

Mansión de Lazaros Koundouriotis.

Uno de dichos comerciantes fue Lazaros Koundouriotis, de quien se dice que gastó tres cuartas partes de su inmensa fortuna apoyando la revolución griega. Su casa, convertida en un museo, fue nuestra última visita del día. Fue construida en 1780, época en la que la familia Koundouriotis manejaba la mayor flota mercante del Mediterráneo. Donada al estado griego en 1979 por Pantelis Koundouriotis, pasó a depender del Museo Histórico Nacional. La visita es muy interesante. Permite apreciar el modo de vida de los ricos comerciantes de la época dorada de Hydra, además de visitar el salón en el que se tomaron muchas decisiones fundamentales para la independencia de Grecia. También tiene una sección etnográfica, con trajes y utensilios tradicionales. Todo ello complementado con unas espléndidas vistas sobre la ciudad y su puerto.

Pórtico de la catedral de Hydra

Pórtico de la catedral de Hydra.

Nuestro día en Hydra llegaba a su fin. Descendimos por las empinadas callejuelas hacia el puerto. De camino, nos desvíamos para entrar de nuevo en el patio de la catedral, donde había comenzado nuestra visita a la isla. Nos pareció tan hermoso como durante la mañana. Aunque distinto. El sol incidía sobre las arcadas desde otro ángulo, variando los juegos de luces y sombras. Lo que no había cambiado era la sensación de tranquilidad. Sensación que, por otra parte, nos había trasmitido toda la isla. Una isla sin prisas, sin ruidos, sin masas de turistas. Orgullosa de su pasado y de su papel en la independencia griega. Una visita muy interesante, a menos de dos horas en barco de Atenas.

Algunos vínculos útiles:
En https://depuertoenpuerto.com/de-atenas-a-venecia/ se puede ver nuestro itinerario entre Atenas y Venecia.

La web espírituviajero.com tiene un artículo describiendo un viaje entre El Pireo e Hydra: http://espirituviajero.com/hydra-grecia-reina-del-sol-y-la-luz-2/.

Una posibilidad para visitar la isla es haciendo un «crucero» desde Atenas. Lo ofrecen varias compañías, de la cuales un par tienen web en español: https://www.athensonedaycruise.com/es/ y https://www.keytours.gr/es/crucero-a-poros-hidra-y-egina.

En inglés, es posible encontrar numerosas páginas con información práctica sobre la isla. En mi opinión, las mejores son http://www.hydraislandgreece.com y https://www.hydradirect.com.

La única forma de llegar a Hydra es en barco. Hay una linea regular operada por Hellenic Seaways, con varias salidas diarias, que cubre el trayecto desde El Pireo: https://www.hellenicseaways.gr/en-gb/destinations/hydra-the-lady-of-the-saronic-gulf.