El príncipe Mutsuhito nació durante el año 1852 en Kioto, entonces la capital de Japón. Ascendió al trono imperial en 1867, como soberano títere de un país prácticamente aislado y gobernado por un régimen feudal, aparentemente abocado a caer bajo el dominio de alguna nación europea o, en el mejor de los casos, mantener una precaria independencia mientras las potencias occidentales se repartían sus despojos. Cuando murió en 1912, con el nombre de Meiji Tennō, Japón se había convertido en una nación fuerte y unida. Una incipiente potencia industrial, que tan solo unos años atrás había sido capaz de infringir una humillante derrota a una de las grandes potencias europeas. El periodo ha pasado a la historia como la Restauración Meiji.

Patio interior de Meiji Jingū

Patio interior de Meiji Jingū.

El mismo año de su muerte, la dieta japonesa decidió levantar un templo para honrar la memoria de Meiji Tennō. Eligieron como emplazamiento un campo de lirios en Shibuya, uno de los barrios de la nueva capital imperial, que el emperador y su consorte solían visitar. La construcción comenzó tres años más tarde, bajo la dirección de Itō Chūta, prolongándose hasta 1921. El edificio original, en madera de ciprés, fue destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Tras la guerra, el templo fue levantado de nuevo, finalizando las obras en 1958. En la actualidad, ocupa un terreno de 700.000 metros cuadrados que, unido al vecino parque Yoyogi, forma el segundo mayor espacio verde del centro de Tokio, tan solo superado por los jardines del palacio imperial.

Torii junto a Harajuku

Torii junto a Harajuku.

Entramos al santuario por su acceso meridional, junto a la estación de metro de Harajuku. Llovía débilmente. Apenas lo suficiente para refrescar una tórrida tarde de agosto y, de paso, desanimar a una buena parte de los visitantes que, en un día normal, suelen abarrotar el recinto. Dicen que, tan solo durante el Hatsumōde, Meiji Jingū recibe más de tres millones de visitantes. Un enorme torii, el de mayor tamaño de Tokio, marca el comienzo del recinto sagrado. Su dintel superior está adornado por tres crisantemos dorados, símbolo del poder imperial. Más allá del torii, un amplio camino pavimentado se adentraba entre la espesa arboleda. Viendo sus dimensiones, era sencillo hacerse una idea de la cantidad de personas que pueden llegar a aglomerarse en la zona.

Barriles de sake

Barriles de sake.

Un relajante recorrido de 700 metros entre los árboles, pasando bajo otros dos torii, nos llevó al corazón del templo. A esas alturas del viaje, habíamos visitado unos cuantos santuarios sintoístas. Aunque sabíamos qué esperar, no pude evitar sorprenderme por enésima vez ante la capacidad de sus monjes para generar recursos. Los barriles de sake envueltos en paja, la caja de ofrendas, el tenderete de los omikuji o el de las ema se repartían por el amplio recinto. Que aquí además contaba con el añadido de una bien surtida tienda de recuerdos. Tampoco faltaba el clásico chōzuya, aunque al menos éste sea gratis.

Tejado de Meiji Jingū

Tejado de Meiji Jingū.

Aun siendo una visita interesante, Meiji Jingū nos dejó un poco fríos. El templo es atractivo y no le faltan detalles arquitectónicos de gran belleza y elegancia. Pero todo parecía demasiado nuevo, excesivamente perfecto. Eché de menos la autenticidad desaliñada de Shizuoka Sengen. En su defensa, hay que decir que el santuario Meiji estaba en pleno proceso de restauración, sometido a un intenso lavado de cara con vistas a las olimpiadas que, en teoría, debían haberse celebrado al año siguiente. Afortunadamente, habían terminado los trabajos exteriores y no vimos ninguna fachada oculta tras andamios. A cambio, encontramos cerrado tanto el museo como todos los espacios interiores.

Árboles de Meiji Jingū

Árboles de Meiji Jingū.

Nuestro siguiente destino estaba en Sinjuku. Cruzamos el patio principal del santuario y seguimos recorriendo el bosque que lo rodea, en dirección noreste. Fue la parte más agradable de la visita. Al contrario que en la entrada sur, aquí la densa arboleda estaba atravesada por estrechos caminos, en los que apenas encontramos alguna persona. Más que la sensación de estar en el corazón de la mayor ciudad del mundo, parecía que caminásemos por una densa jungla, prácticamente virgen, en la que el familiar sonido del tráfico había sido sustituido por el canto de pájaros extraños. Hasta que, alcanzado el límite norte del santuario, cruzamos bajo otro torii, en las inmediaciones de Kita-sando. Una vez más, nos dimos de bruces con otro de los contrastes de Japón. En unos minutos, pasamos de andar entre un espeso manto de árboles a caminar bajo los puentes de la autopista metropolitana número 4.

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Para ampliar la información:

La web Japonismo tiene un extenso artículo sobre el santuario: https://japonismo.com/blog/viajar-a-tokio-el-santuario-de-meiji.

En el siempre interesante blog Un Gato Nipón hay una entrada en la que se puede ver el santuario en invierno: https://www.ungatonipon.com/419/templo-nevado-en-tokyo.

En https://depuertoenpuerto.com/tres-dias-en-tokio/ se puede ver nuestra estancia completa, de tres días, en Tokio.

En inglés, la página oficial de Meiji Jingū está en https://www.meijijingu.or.jp/en/whattosee/sanctuary/.

Muy interesante la entrada en Tokyo Cheapo: https://tokyocheapo.com/entertainment/meiji-jingu-shrine-guide/.

Como pudimos comprobar de primera mano, es complicado visitar el santuario de noche. Pero no imposible, como nos cuentan en el blog A Geek in Japan: http://www.ageekinjapan.com/meiji-jingu-at-night/.