La temporada de tifones en Japón suele comenzar a partir de mediados de agosto. Pero en 2019 decidió adelantarse. Primero había sido el tifón Francisco, con el que estuvimos jugando al gato y al ratón desde que zarpamos de Kōchi. Logramos esquivarlo, pero la noche que rozamos su estela, entre Kanazawa y Vladivostok, había sido movida. No hubo demasiado oleaje, pero llovía con tal intensidad que el Maasdam parecía una esponja, rezumando agua por todas sus esquinas. Incluso acabó calando en alguna de sus cubiertas interiores. Afortunadamente, Franciso decidió no acompañarnos a Vladivostok y, tras atravesar el sur de Hokkaidō, se perdió con rumbo este en el océano Pacífico.

Zarpando de Hakodate

Zarpando de Hakodate.

Unos días después, precisamente zarpando de Hokkaidō, era el tifón Krosa el que alteraba nuestros planes. Aunque se encontraba todavía muy al sur, cabía la posibilidad de que acabara encaminándose hacia la bahía de Tokio, nuestro siguiente destino. Una de las primeras cosas que se aprende navegando en barcos de crucero es que sus capitanes suelen ser increíblemente cautos. Ser responsable simultáneamente de unos cuantos cientos de personas y de unos cuantos cientos de millones de dólares debe ayudar. Aunque, como en todo, haya excepciones. Arno Jutten, el capitán del Maasdam, no estaba dispuesto a ser una de éstas y, en consecuencia, acabamos saliendo de Hakodate seis horas antes de lo previsto. A las cuatro en punto de una tarde prematuramente crepuscular, atravesábamos la bocana del puerto, mientras un banco de nubes comenzaba a cubrir el mirador del monte Hakodate. Entre la bruma y la oscuridad, fue imposible distinguir el cabo Ōma, en el extremo septentrional de Honshū, del que apenas nos separaban unas cuantas millas. Atravesamos el extremo occidental del estrecho de Tsugaru sin poder divisar ninguna de sus dos orillas.

Cuando amaneció al día siguiente, navegábamos en paralelo a la costa oriental de la isla principal del Japón, en medio de un mar prácticamente vacío. A lo largo de varias horas, tan solo nos cruzamos con el Corona Joyful, un bulk carrier de bandera japonesa. No esperaba un tráfico naval como el de los estrechos de Singapur, pero menos aún un horizonte casi limpio de barcos. Pero no fue la única sorpresa del día. Contra todo pronóstico, la mañana era espléndida. Apenas hacía viento, más allá del aparente que creaba el propio barco, y el cielo era asombrosamente luminoso. ¿Dónde estaba Krosa? A esas horas, convertido en una tormenta gigante de 1.600 kilómetros de diámetro, entraba en Japón por las inmediaciones del cabo Ashizuri, en el extremo meridional de Shikoku. Casi mil kilómetros al suroeste de nuestra posición. Pero la calma era engañosa. Un mar de fondo, con olas amplias apenas perceptibles a simple vista, hacía cabecear incesantemente al Maasdam.

Era nuestro último día a bordo. Siempre me han gustado los cruceros que terminan con un día completo de navegación. Te da tiempo a despedirte del barco, a recoger tranquilamente el camarote y, sobre todo, a empaparte de mar. Que fue en lo que empleé buena parte de la jornada. Entregado al dolce far niente, dejándome mecer por el movimiento del oleaje en unas cubiertas virtualmente vacías, mientras disfrutaba del refrescante aire marino. Una bandada de peces voladores, otro barco solitario, el sol jugando a ocultarse tras las escasas nubes. La tarde pasaba lenta y plácidamente, con la única preocupación de saber si entraríamos a la bahía de Tokio antes del anochecer.

Atardecer frente al cabo Nojima

Atardecer frente al cabo Nojima.

Poco antes de las siete, pude ver un faro en el costado de estribor, aproximadamente cinco kilómetros al norte de nuestra posición. Era Nojimasaki, el segundo más antiguo de Japón, en el extremo meridional de la península de Boso. Aún estábamos a unos 90 kilómetros de Yokohama. En cualquier caso, nos aproximábamos a las puertas de la bahía de Tokio sin el menor rastro del tifón. El Maasdam había logrado vencer en su carrera particular con Krosa. Llegados a ese punto, el capitán pareció relajarse, ordenando reducir la velocidad de crucero. Se hizo evidente que llegaríamos a puerto bien entrada la noche. Habíamos zarpado de Yokohama trece días antes, también en medio de la noche, por lo que no tenía sentido esperar hasta tarde para volver a ver un paisaje que ya conocíamos y, en cualquier caso, no nos había parecido especialmente atractivo. Poco después de superar el cabo Nojima, mientras el Maasdam se adentraba en la incipiente oscuridad, nos despedimos del mar abierto para una buena temporada.

Esperando para desembarcar en Yokohama

Esperando para desembarcar en Yokohama.

Al día siguiente me levanté pronto. Al salir a cubierta, me recibió la familiar silueta de Yokohama, bañada por un sol espléndido. Tan solo hacia el norte, más allá del skyline de la ciudad, había un grupo de nubes. Entre desayunar y prepararnos para desembarcar, pasó más de una hora. En cualquier caso, no teníamos demasiada prisa. Habíamos decidido ir hasta la estación de Sakuragichō en el autobús de cortesía de la naviera y de Sakuragichō al centro de Tokio en tren. Y el primer autobús salía a las ocho de la mañana. Pasamos el rato viendo el trajín del puerto y la actividad en la terminal de cruceros, donde había comenzado el proceso de repostar el Maasdam para su próximo itinerario. Mientras se formaba una cola de taxis para recoger a parte del pasaje, otra cola de trailers esperaba turno para reabastecer el barco. Entre tanto, el cielo hacia el sur iba cubriéndose lentamente de nubes.

Diluvio en Yokohama

Diluvio en Yokohama.

Poco antes de las ocho, subimos a un autobús prácticamente vacío, camino de la estación. Y fue allí, tras un trayecto de apenas doce minutos, donde por fin nos alcanzó Krosa. De golpe, sin previo aviso, según descendíamos del autobús comenzó a diluviar. Apenas nos dio tiempo de refugiarnos bajo una cercana marquesina. Contra todo pronóstico, el aguacero y el viento apenas duraron unos minutos. Más tarde, averiguamos que tan solo se trataba del extremo oriental de una de las bandas lluviosas del tifón. No sería la última que barrería la región de Tokio en los siguientes días, aunque el ojo del tifón atravesó el suroeste de Honshū para posteriormente, convertido en una tormenta tropical, desaparecer en el Mar de Japón. En cambio, nosotros si nos dirigimos a Tokio, donde pasaríamos los tres últimos días de nuestro viaje por Extremo Oriente.

Hakodate

Yokohama

Para ampliar la información:

En https://depuertoenpuerto.com/crucero-extremo-oriente/ se puede ver el itinerario completo de nuestro viaje por Extremo Oriente.

En el blog Japón Alternativo hay una entrada sobre los tifones en Japón: https://www.japonalternativo.com/blog/consejos-japon/epoca-tifones-japon/.

La terminal de cruceros de Yokohama ocupa un edificio singular, sobre el que se puede encontrar información desde el punto de vista arquitectónico en la página Plataforma Arquitectura: https://www.plataformaarquitectura.cl/cl/628249/clasicos-de-arquitectura-terminal-internacional-de-pasajeros-de-yokohama-foreign-office-architects-foa.

La web Mega Construcciones tiene una entrada sobre el puerto de Yokohama con bastantes fotografías: https://megaconstrucciones.net/?construccion=puerto-yokohama.

En inglés, la web Cruise Port Guide of Japan tiene una entrada sobre el puerto de Hakodate (https://www.mlit.go.jp/kankocho/cruise/detail/004/index.html) y otra sobre el de Yokohama (https://www.mlit.go.jp/kankocho/cruise/detail/019/index.html).

La página oficial de la Terminal de Cruceros de Osanbashi, en Yokohama, está en https://osanbashi.jp/english/.