Lækjavik es uno de esos lugares de Islandia de los que es difícil averiguar su nombre. Algunas veces, es confundido con la playa de Fauskasandur, apenas 500 metros más al norte. Otras, lo he visto denominado como Djúpavogshreppur, aunque en realidad, éste es el nombre del pequeño municipio al que pertenece. Por último, como Stapavík, que también parece ser correcto, pero crea cierta confusión con un puerto del mismo nombre, hoy abandonado, situado junto a la desembocadura del río Selfljót, 35 kilómetros al norte de Seyðisfjörður. De lo que no tengo duda es de que es una de las playas de arena negra más hermosas de la isla.

Llegando a Lækjavik

Llegando a Lækjavik.

Llegué a Lækjavik veinte minutos antes de las diez de la mañana, por una de las carreteras mas bellas en las que he tenido la suerte de conducir. Una negra cinta de impecable asfalto zigzagueaba, con giros suaves pero continuos, por un paisaje increíblemente hermoso. A mi derecha, las empinadas laderas se elevaban hacia el cielo, a veces cubiertas por un inmaculado manto blanco, a veces revelando sus oscuras rocas volcánicas. A mi izquierda, el mar rugía y golpeaba los escollos que salpicaban la costa, iluminado por un débil sol que, cercano al horizonte, lo impregnaba todo con un sutil tono rosáceo. Frente a mi, la cima del Mælifell dominaba el paisaje. Al contrario que en la jornada anterior, el día era espléndido. Ni nevaba ni granizaba y el cielo, aunque cubierto de nubes hacia el sur, estaba mayormente despejado.

Fauskasandur

Fauskasandur.

Absorto por la belleza del entorno, estuve a punto de pasarme del desvío. Un empinado camino, completamente cubierto de hielo, que descendía hacia la costa. No me pareció prudente bajar con el coche. Me arriesgaba a quedarme bloqueado en un lugar en el que estaba completamente solo. Aparqué como pude en un lateral y, antes de descender andando campo a través, pasé unos minutos disfrutando de la impresionante vista. Hacia el norte, una suave ladera, en la que las rocas negras resaltaban sobre la nieve, se extendía hacia la playa de Fauskasandur. El manto blanco llegaba hasta la misma orilla del agua, confundiéndose con la espuma de las olas. Era imposible distinguir dónde acababa la tierra y comenzaba el mar. Más allá del Berufjörður, sobre una tenue neblina, una cadena de cumbres nevadas, entre las que destacaban el Smátindafjall, con 836 metros de altura, y el Hróssatindur, con 981, dominaba el horizonte.

Playa de Lækjavik

Playa de Lækjavik.

Pero la vista hacia el sur era todavía más hermosa. La arena contrastaba con la nieve y la espuma del mar, formando una banda oscura, cuya anchura variaba continuamente con el ir y venir de las olas. En medio de la playa, la roca de Stapi parecía desafiar el oleaje. Más hacia el sur, las laderas volcánicas se precipitaban sobre el mar. Una preciosa luz dorada bañaba la escena, resaltando la espuma que el incesante viento arrancaba de las crestas de las olas. Perdí la noción del tiempo disfrutando del paisaje, con la única compañía de un reducido grupo de gaviotas, que zigzagueaba incesantemente entre las rocas y las crestas de las olas. En un viaje lleno de momentos inolvidables, este fue uno de los más hermosos y serenos.

Olas en Lækjavik

Olas en Lækjavik.

Me despertó de mi ensimismamiento un coche, bajando por la carretera congelada que no me había atrevido a recorrer. Descendió de el una persona, armada con una voluminosa cámara de fotos. Subió a un farallón rocoso, en el que apenas permaneció unos minutos, tras los cuales el y su vehículo desparecieron hacia el norte. En ese momento descubrí que el camino de acceso a la playa tiene otra salida a la carretera, que me había pasado inadvertida. En cualquier caso, se me estaba haciendo tarde. Llegaba la hora de seguir camino.

Costa de Stapavik

Costa de Stapavik.

Volví a emprender la marcha. Pero, tras avanzar tan solo unos cientos de metros, me detuve de nuevo. Me resistía a dejar atrás un lugar tan hermoso. Eché un último vistazo a la playa, desde un precario mirador al borde de la carretera. Con la altura, Stapi parecía menos imponente, empequeñecido por la grandiosidad del paisaje que lo rodeaba. En cambio, el oleaje parecía ir a más, llenando el aire con su incesante rugido. Y cubriendo la pequeña playa bajo un persistente manto de espuma, hasta hacerla desaparecer. También había cambiado la luz. En poco más de media hora, los hermosos tonos dorados se habían vuelto más azules y fríos. Al final, resultó que había tenido la suerte de llegar a la playa a la hora precisa, con la luz, la marea y el oleaje adecuados para disfrutar de uno de los momentos más memorables de mi recorrido por el sur de Islandia.

Para ampliar la información:

El blog Caracol Viajero tiene una entrada sobre la zona, con algunas fotos de la playa en verano, identificada como Fauskasandur: https://www.caracolviajero.com.es/blog/fiordos-islandeses/.

En https://depuertoenpuerto.com/islandia-en-invierno/ se puede ver mi primer itinerario invernal por Islandia.