¿Quién no ha oido hablar de Ítaca? El mítico hogar de Ulises, destino de una de las primeras narraciones de viajes de la humanidad. A priori, la escala en Vathí, su capital, parecía una de las más interesantes del itinerario entre Atenas y Venecia. Sin embargo, al indagar sobre las posibilidades del lugar, Vathí parecía tener bastante poco que ofrecer. Al igual que la vecina Argostoli, en Cefalonia, la capital de Ítaca ha sufrido numerosos terremotos. Tres tan solo en el siglo XX, de los cuales el de 1953 fue especialmente devastador. Apenas queda algún edificio anterior al sismo. Y, a pesar de varios intentos, no se ha encontrado resto alguno que pueda asociarse al palacio de Odiseo. Esto ha llevado a algunos estudiosos a situar la Ítaca de Homero en Léucade, Cefalonia o Corfú. Por supuesto, en Ítaca el asunto no admite discusión y el muelle principal de Vathí exhibe orgulloso una estatua de Ulises, convertido en héroe local.

Amanecer en las islas Islas Equínadas

Amanecer en las islas Islas Equínadas.

Cuando desperté, minutos antes de las siete de la mañana, navegábamos al sur de la pequeña isla de Oxia, en el extremo occidental del golfo de Patras. Mirando hacia el norte, podía ver las aguas donde, la tarde del 6 de Octubre de 1571, recaló la flota de la Liga Santa, para reagruparse en la víspera de una de las batallas navales más determinantes de la historia. Al día siguiente, en el golfo de Lepanto, una frágil coalición de españoles, venecianos y pontificios logró destruir la flor y nata de la escuadra otomana, en un golpe del cual ésta nunca pudo recuperarse completamente. Al contrario que durante aquella sangrienta jornada, el mar por el que navegábamos transmitía una increíble sensación de paz. Hacia el este, en lugar de la batalla, el sol salía sobre las montañas de Etolia, al norte del golfo de Corinto. Al norte, las siluetas de las islas Equínadas y las montañas de la costa de Acarnania se difuminaban en el cielo todavía rojizo del amanecer. Navegábamos en la más absoluta soledad, sin un solo barco en el horizonte.

Llegando al golfo de Molos

Llegando al golfo de Molos.

Quedaban tres horas de navegación antes de fondear en Vathí. Tiempo de sobra para desayunar y hacer una visita al puente de mando de Le Lyrial. Según avanzaba el día, el mar se iba poblando lentamente de embarcaciones, en su mayor parte deportivas. Al filo de las nueve, navegábamos en aguas de Ítaca, aproximándonos a la entrada al golfo de Molos, que prácticamente parte la isla en dos. Más allá de la montañosa isla, se divisaba la todavía más montañosa Cefalonia, con sus descarnadas cimas resaltando sobre las verdes cumbres de Ítaca.

Bosque mediterráneo en Ítaca

Bosque mediterráneo en Ítaca.

El golfo de Molos por si mismo ya sería un buen puerto natural, aunque palidece comparado con su brazo meridional, en el cual se encuentra situado Vathí, al fondo de una ensenada a la que se accede por un canal de 280 metros de ancho. Protegido del viento y los embates del mar, el puerto era un hervidero de embarcaciones deportivas, muchas de ellas fondeadas en sus tranquilas aguas. Otras atracaban en los muelles, integrados en la trama urbana, junto a los cuales se agolpaban unas cuantas hileras de casas. Más allá, las colinas que rodeaban la pequeña ciudad estaban cubiertas por un hermoso bosque mediterráneo, en el que se alternaban cipreses, pinos y olivos. Puede que Vathí no tuviera ningún resto histórico destacable, pero su emplazamiento era realmente atractivo.

Vathí e islote de Lazareto

Vathí e islote de Lazareto.

Le Lyrial fondeó en la parte más ancha del puerto, frente al diminuto islote de Lazareto, cuyo nombre procede del periodo veneciano, cuando era utilizado como lugar de cuarentena obligatoria para todos los barcos que llegaban a la isla. A principios del siglo XIX, ya bajo dominio británico, se edificó una prisión, destruida por el terremoto de 1953. Por contra, la pequeña iglesia del Salvador, de mediados del siglo XVII, sobrevivió al terremoto y todavía se usa, principalmente para celebrar bodas.

Llegando al muelle en Vathí

Llegando al muelle en Vathí.

La escala no era demasiado prolongada, por lo que desembarcamos en la primera lancha, que nos dejó en un muelle junto al extremo meridional del puerto, en pleno centro de la pequeña ciudad. El día prometía ser caluroso. Al primer golpe de vista el aspecto de Vathí, aunque pintoresco, era más o menos lo que esperábamos. No nos preocupaba. Nuestro plan era tomarnos el día con calma. Estábamos cansados tras dos intensas jornadas en Atenas, seguidas por un día en Hydra que habíamos previsto relajado pero acabó siendo todo lo contrario. Según avanzábamos por el muelle hacia el sur, dejando atrás la estatua de Ulises, vimos un barco aprestándose para zarpar hacia la playa de Gidaki. Sin pensárnoslo dos veces, subimos abordo.

Desembarcando en Gidaki

Desembarcando en Gidaki.

Habíamos embarcado en el Albatros sin tener muy claro qué íbamos a encontrarnos al final del trayecto. El barco, en el que había una mezcla de griegos y extranjeros, predominando los primeros, pasaba el día yendo y viniendo entre Vathí y Gidaki, con una frecuencia de poco más de una hora. Si llegábamos y la playa no nos gustaba, siempre podíamos regresar. Tras un recorrido de unos treinta minutos, llegamos a nuestro destino y nos llevamos la primera sorpresa. No había muelle. El Albatros embarrancó en la playa, bajaron una escalera de madera y el pasaje comenzó a descender por ella como pudo, directamente al agua. Algunos chicos jóvenes optaron por un medio más rápido, saltando al mar por encima de la borda. Nuestro mayor temor, acabar en una playa masificada, llena de tumbonas y sombrillas, quedó descartado observando la espléndida rada, mientras esperábamos nuestro turno para descender.

En la playa de Gidaki

En la playa de Gidaki.

La playa de Gidaki se encuentra al noreste de Vathí. La única forma de acceder a ella es en barco o a pie, dando una caminata de 1.500 metros desde la playa de Skinos, a la que es posible llegar con un vehículo. En su extremo oriental hay un chiringuito, junto al que vimos unas cuantas sombrillas. Nos fuimos al lado contrario, donde tuvimos que compartir doscientos metros de playa con una docena de bañistas. Por contra, casi había más embarcaciones que personas. Veleros, lanchas, catamaranes y hasta un mega-yate con helicóptero incluido fondeaban frente a la playa. No es de extrañar. A la transparencia del agua se unía una hermosa vista sobre Ítaca y todo un rosario de islas, que acababan confundiéndose con el continente. Como tantas playas griegas, Gidaki es una playa de guijarros, aunque en algunas zonas hay algo de arena. Lo que se pierde en comodidad para andar por la playa, se compensa con un agua increíblemente limpia.

Playa de Gidaki

Playa de Gidaki.

La atmósfera era muy relajada. Tanto, que acabamos perdiendo la noción del tiempo. Entre chapuzón y chapuzón en sus cristalinas aguas, nos entretuvimos paseando por la playa, viendo el ir y venir de las embarcaciones o simplemente no haciendo nada. Estar tumbado en la playa no es una de mis actividades preferidas, pero tengo que reconocer que las tres horas largas que estuvimos en Gidaki fueron realmente agradables. Antes de irnos, dimos un paseo hasta el extremo opuesto de la playa, donde aprovechamos para tomar un refresco. Esa zona estaba algo más concurrida, sin llegar a estar masificada.

Capilla de Agios Andreas

Capilla de Agios Andreas.

Finalmente, poco después de las tres de la tarde, subimos de nuevo al Albatros. Por tercera vez en el día, pasamos frente a la diminuta capilla de Agios Andreas, situada a la entrada del golfo de Molos, a escasos metros del mar. Unos minutos después, volvimos a entrar en el puerto de Vathí, donde descubrimos que estar en una ubicación tan bien protegida tiene sus desventajas. La brisa, que refrescaba el ambiente en Gidaki, desapareció por completo según pasábamos frente a la antigua batería, construida en tiempos de la República de Venecia para defender la entrada al puerto. Cuando el Albatros amarró en el muelle, frente a la plaza principal, la sensación de bochorno era insufrible. Al sol abrasador se unían la total ausencia de viento y la humedad, todo ello aderezado con el insistente canto de las cigarras.

Megaro Drakouli

Megaro Drakouli.

Intentamos dar una vuelta por Vathí, dirigiéndonos al museo arqueológico. Aunque pequeño, parece ser interesante, conteniendo diversas piezas que van del siglo X AEC a la época imperial romana. Muchas de ellas procedentes de la Acrópolis de Alalkomenes, halladas durante la hasta ahora infructuosa búsqueda del palacio de Ulises. Además, estaríamos a la sombra. Vano intento. Lo encontramos cerrado a cal y canto, a pesar de que estábamos dentro del horario de apertura. Supongo que un improvisado cartel en griego, pegado a la puerta, explicaba el motivo. Regresamos hacia el puerto, pasando frente a Megaro Drakouli, uno de los pocos edificios históricos de Vathí. Construido a principios del siglo XX por una de las familias más ricas de la isla, actualmente permanece semi abandonado, debido a una larga batalla legal entre la familia Drakouli y sus últimos arrendatarios.

Geor. Gratsou

Geor. Gratsou.

Dimos un paseo por el lado occidental del puerto, lleno de restaurantes al aire libre. No habíamos tomado nada sólido desde el desayuno, por lo que nos pareció buena idea hacer una merienda informal. Acabamos sentándonos en la terraza de la Taberna Kantouni, con una agradable vista del puerto. Sin ser nada memorable, la comida no estuvo mal. Mejor las sardinas que pidió Olga que mi musaca, un tanto mediocre. Cuando terminamos de comer, el calor pudo con nosotros. Sin muchas más opciones, decidimos volver a Le Lyrial, darnos una ducha y esperar la hora de zarpar disfrutando de las vistas desde una de las cubiertas. Fue lo mejor que pudimos hacer.

Atardecer en cabo Melissa

Atardecer en cabo Melissa.

Zarpamos a las siete de la tarde. Habían comenzado a aparecer algunas nubes, tamizando la intensa luz que nos había acompañado todo el día. Volvimos a pasar frente a la antigua batería de cañones, mientras nos cruzábamos con varios veleros que regresaban a pasar la noche fondeados en Vathí. La distancia hasta Parga, nuestra siguiente escala, era de apenas 125 kilómetros. Una vez más, no teníamos prisa. Tras salir del golfo de Molos, Le Lyrial viró hacia el norte, navegando en paralelo a la costa oriental de Ítaca mientras el sol se acercaba a las cumbres de la isla. Al principio, el mar estaba más transitado que durante la mañana. Al ir y venir de numerosas embarcaciones deportivas se añadió algún que otro ferry que pudimos ver en la distancia. Pero, según se aproximaba el ocaso, volvió la tranquilidad. De nuevo navegábamos lentamente en un mar vacío y sereno, mientras un sol intensamente rojo se deslizaba hacia el horizonte en paralelo a las laderas del cabo Melissa, en el extremo septentrional de la isla. Fue una hermosa despedida de Ítaca. Una isla que, si bien nos pudo decepcionar por su falta de vestigios históricos o arqueológicos, nos dejó una agradable impresión por su tranquilidad y su naturaleza.

Algunos vínculos útiles:
En https://depuertoenpuerto.com/de-atenas-a-venecia/ se puede ver nuestro itinerario entre Atenas y Venecia.

En Nomadea se puede encontrar una página dedicada a Ítaca: http://www.nomadea.com/islas/itaca.html.

El artículo sobre la isla en la Wikipedia está en https://es.wikipedia.org/wiki/Ítaca.

En inglés, la página oficial de turismo de Ítaca está en https://www.ithaca.gr/en/.

En la web Terrabook hay bastante información, toda ella geolocalizada sobre un mapa de la isla: https://greece.terrabook.com/ithaca/.

Muy completa la página sobre Ítaca en la web Mysterious Greece: https://www.mysteriousgreece.com/travel-guides/islands/ionian-islands/ithaca/.

En The Telegraph se puede leer una entrada de Anthony Horowitz sobre su visita a la isla: https://www.telegraph.co.uk/travel/destinations/europe/greece/articles/ithaca-holiday-mythical-greek-island-odyssey/.