La ensenada de Julianehåb se encuentra en el extremo meridional del estrecho de Davis. Un estrecho, por cierto, un tanto atípico: su parte más angosta mide 338 kilómetros. En cambio el mar de Alborán, entre España y Marruecos, tiene un ancho máximo de unos 180 kilómetros. Pero Alborán es un mar y Davis un estrecho. O al menos eso dicen.

Habíamos navegado por el extremo meridional del supuesto estrecho a primera hora de la mañana, durante la aproximación a Skovfjord, entrando y saliendo continuamente de bancos de niebla. En los escasos momentos que ésta lo había permitido, la vista había sido interesante, con la agreste costa de Groenlandia a lo lejos, más allá de un mar salpicado de icebergs.

Saliendo del Skovfjord al atardecer

Saliendo del Skovfjord al atardecer.

Por la tarde, tras una hermosa jornada de navegación por los fiordos Skovfjord y Tunulliarfik, nos acercábamos de nuevo al estrecho de Davis, esta vez en dirección contraria. Los barcos de crucero suelen tener la costumbre (mala, en mi opinión) de salir a aguas internacionales con cualquier excusa. La culpa suele ser del casino y las tiendas libres de impuestos. Por eso, nos llamó la atención cuando por megafonía comunicaron que íbamos a pasar la noche fondeados frente a Qaqortoq, nuestra siguiente escala. Quizá el amplio rodeo al que nos había obligado el exceso de hielo en Prins Christian Sund tuvo algo que ver, al trastocar la previsión de consumo de combustible en una zona en la que repostar era poco menos que imposible. El caso es que salimos de Skovfjord navegando más lento de lo normal y, en lugar de alejarnos a toda máquina de Groenlandia, redujimos todavía más la velocidad y permanecimos relativamente cerca de la costa, virando hacia el sur, rumbo a la ensenada de Julianehåb.

Un cappuccino entre icebergs

Un cappuccino entre icebergs.

Según salíamos de Skovfjord, algo pasadas las siete y media de la tarde, el atardecer era inminente. A pesar de no estar en el ártico propiamente dicho, navegábamos lo suficientemente al norte como para poder disfrutar de un largo crepúsculo. Y el cielo, hacia el noroeste, comenzaba a ponerse interesante. Buscamos un par de asientos de primera fila en el salón panorámico de proa, en la cubierta número nueve y, armados con un cappuccino bien caliente, nos dispusimos a disfrutar del espectáculo. Afortunadamente, decidí ser precavido y subí con la cámara y un buen abrigo, ya que no tardé ni quince minutos en abandonar el confortable salón y salir a cubierta.

Lo que empezó como un bello atardecer, pronto se convirtió en un espectáculo difícil de describir, al que ni mis fotos ni mis palabras pueden hacer justicia. Hacia el noroeste, según el sol se acercaba al horizonte y el cielo se tornaba cada vez más rojizo, la vista de la intrincada costa, los icebergs, flotando en el mar o embarrancados en la orilla y las nubes continuamente cambiantes, era increíble.
En dirección contraria, el panorama era si cabe más grandioso. Las agrestes montañas de Groenlandia mutaban sus colores según cambiaba la luz del sol, al igual que las nubes y bancos de niebla que, a distintas alturas, las abrazaban. Por delante, grandes icebergs flotaban majestuosamente sobre el mar. Era difícil decidirse por uno de los dos costados, por lo que continuamente me movía entre babor y estribor.
Según salíamos a mar abierto, la temperatura descendía por momentos. Al contrario que la belleza del atardecer que, aunque pudiera parecer imposible, aumentaba. Cada vez éramos más en cubierta, aunque a la mayor parte el espectáculo les había sorprendido en el interior del barco y con ropa ligera, por lo que muchos solo aguantaban unos minutos antes de buscar refugio en los cálidos salones interiores. Otros, en cambio, fueron capaces de soportar el intenso frío. Recuerdo especialmente a una señora con la que solía coincidir en cubierta haciendo fotos, que apareció de pronto armada con su cámara, pero con una camiseta de manga corta. Daba frío verla, pero aguantó estoicamente durante un buen rato hasta que, con la piel enrojecida por el aire gélido, tuvo que rendirse y buscar cobijo en el interior.
Finalmente, unos quince minutos antes de las diez, el sol se ocultó tras las montañas. Todavía tardamos algo más de media hora en llegar a Qaqortoq, mientras el cielo iba apagándose lentamente y las nubes cambiaban los tonos rojizos por otros más grisáceos. Seguía siendo un hermoso espectáculo, con las nubes y la niebla entremezclándose con las montañas y los icebergs, iluminados por una luz cada vez más escasa. Cuando fondeamos frente a Qaqortoq, aun había claridad suficiente para apreciar las coloridas casas que trepaban por la ladera. Lentamente, comenzaban a encenderse las luces de la pequeña población, pero la noche parecía que no iba a llegar nunca. Cansados tras una jornada tan larga como apasionante, no nos quedamos a comprobarlo.
Algunos vínculos útiles:
En https://depuertoenpuerto.com/crucero-trasatlantico/ se puede ver el itinerario completo de nuestro crucero trasatlántico.

José Trejo tiene un blog muy interesante centrado en la zona: http://blogs.hoy.es/un-extremeno-en-el-artico/.

En inglés, se puede visitar Wikitravel en https://wikitravel.org/en/Southern_Greenland.

Una opción que parece interesante para recorrer la zona es Arctic Umiaq Line, una línea regular de navegación que recorre una parte de la costa occidental de Groenlandia: https://aul.gl/en/experience-greenland/. En http://greenlandtoday.com/sailing-along-greenlands-west-coast/?lang=en se puede leer una breve descripción del trayecto.