No recuerdo con claridad el momento en que conocí Venecia. Tendría ocho o nueve años cuando mis padres me llevaron por primera vez. Pero si recuerdo que, en aquel mismo instante, quedé prendado por la fascinante ciudad. Tampoco sé a ciencia cierta cuantas veces la he visitado, aunque con seguridad han sido más de diez. He estado en verano y en invierno. Con un bochorno insufrible y con un frío húmedo que helaba el alma. Con acqua alta y con una niebla que impedía ver los edificios de una a otra orilla del Gran Canal. Hasta recuerdo haber estado en una Venecia sin apenas turistas. Aunque de esto último hace ya mucho tiempo.

Anochecer en Riva del Carbon

Anochecer en Riva del Carbon.

La fama de Venecia es tal que muchas ciudades intentan utilizar su nombre. Amsterdam, Brujas o Estocolmo, entre otras, se disputan el título de Venecia del Norte. Aveiro se empeña en ser la Venecia de Portugal. Tampoco faltan candidatas al título en Asia, como Suzhou, Bangkok o Tai O. Y Fort Lauderdale afirma ser la de América. La lista es interminable, con ciudades o pueblos en los lugares más insospechados. Hasta Mogán, en Canarias, intenta apuntarse a la moda, con el mérito de tener un canal, no navegable, que se adentra unos metros entre sus casas.

Pero Venecia solo hay una. O como mucho tres, si contamos a las vecinas Murano y Burano. Ni siquiera Chioggia, su antigua dependencia en el sur de la laguna, se puede comparar con ella. En cualquiera de las otras «Venecias» los canales son algo accesorio. Un añadido, más o menos molesto o funcional, que es posible ignorar. No así en Venecia. La ciudad depende de sus vías acuáticas como cualquier otra de las de asfalto. No solo para el desplazamiento de personas. El transporte de mercancías, la recogida de basuras, los servicios de emergencias y, en general, cualquier necesidad de sus moradores, deben ser atendidos mediante barcas. Las estaciones de servicio, el acceso a las urgencias de los hospitales o las puertas de muchos palazzos dan directamente al agua. La ciudad es una versión alternativa de la realidad, en la que coches o camiones no tienen lugar.

Porta della Carta

Porta della Carta.

Solo por eso, Venecia sería una ciudad singular. Pero hay mucho más. Desde su fundación, fue un puente entre Oriente y Occidente. Sus vínculos políticos y comerciales con Constantinopla la colocaron en una posición única, reforzada por su independencia frente a los dos grandes poderes de Occidente durante la Edad Media: el Papa y el Sacro Imperio. Su cultura bebió de las más diversas influencias, creando un estilo característico. Durante siglos, las grandes familias patricias rivalizaron entre si por construir el palacio más bello, o apadrinar al artista en boga. El resultado fue un asombroso esplendor cultural y artístico.

Rocca a Mare en Heraclión (Creta)

Rocca a Mare en Heraclión (Creta).

Esplendor que está íntimamente ligado a otra de las características de Venecia: su decadencia. La República de Venecia alcanzó su mayor pujanza como consecuencia de la Cuarta Cruzada. Una cruzada que manipuló y utilizó para sus propios fines, comenzando por el asedio y la toma de Zara, en la actual Croacia, para terminar con la conquista y posterior saqueo de Constantinopla. Lo que en principio pareció un buen negocio, sembró la semilla de las posteriores desgracias de la Serenissima. Todavía conocería un par de siglos de prosperidad, pero la desaparición del Imperio Romano de Oriente eliminó de un plumazo a su socio preferente en el comercio con el este y al estado que, mal que bien, había logrado contener el avance musulmán en Asia Menor. En un curioso giro del destino, la misma Constantinopla, expoliada por Venecia y sus aliados cruzados, se volvería su némesis, convertida en capital del formidable Imperio Otomano. Durante siglos, los otomanos irían desgastando inexorablemente el poder de Venecia, en una lucha desigual que acabaría consumiendo los limitados recursos de la república. Ésta se defendió tenazmente, logrando algún que otro éxito, pero a la larga el retroceso fue imparable. Se puede recorrer buena parte del Mediterráneo Oriental visitando un rosario de antiguas posesiones venecianas, perdidas a manos de los otomanos entre los siglos XV y XVIII. La república apenas logró mantenerse en Dalmacia y las Islas Jónicas, hasta su definitiva desaparición en 1797.

Punta de la Aduana

Punta de la Aduana.

Como los problemas nunca vienen solos, a Venecia le surgió un rival lejano, contra el que no pudo defenderse. La apertura de una ruta marítima directa hacia Oriente dio a Lisboa ventaja en el comercio de especias, hasta entonces un rentable monopolio veneciano. Portugal logró lo que Venecia no pudo ni llegar a imaginar: controlar físicamente las fuentes del lucrativo comercio. El mundo creció, de la mano de las potencias marítimas atlánticas, mientras Venecia quedaba recluida en su ahora pequeño rincón del Mediterráneo. Pero, como tantas veces sucede en la historia, ese largo periodo de decadencia política y económica acabó siendo el más fructífero desde el punto de vista artístico y cultural. Venecia nunca logró dominar el mundo, pero le dio músicos de la talla de Monteverdi o Vivaldi, pintores como Tiziano o Tintoretto y arquitectos como Palladio. No todos nacieron en Venecia, pero todos buscaron en ella un clima de relativa libertad y, sobre todo, de efervescencia cultural, en el que desarrollar su talento.

El MSC Magnifica zarpando de Venecia

El MSC Magnifica zarpando de Venecia.

Por eso, a todos los que amamos Venecia, nos duele en el alma su decadencia actual, más profunda y destructiva. Y no me refiero a los desconchones en sus magníficas fachadas góticas. Ni al eterno hundimiento de sus edificios. O sus cada vez más frecuentes episodios de acqua alta. El germen que está devorando lentamente la ciudad es el turismo masivo. Un turismo que, todas las mañanas, entra en Venecia en coche o en tren, procedente del continente. O duerme en hoteles o apartamentos turísticos, privando de alojamiento a los cada vez más escasos habitantes de la menguante ciudad. O llega en enormes cruceros, atravesando el canal de Giudecca y poniendo en peligro su patrimonio artístico. Lo confieso, he cometido todos estos pecados. Varias veces. Y seguramente volveré a hacerlo. La tentación es muy superior a mi capacidad de resistir.

Góndolas en Rio dei Scoacamini

Góndolas en Rio dei Scoacamini.

Pero creo que hay dos formas de viajar a Venecia. Una, por desgracia la mayoritaria, busca un selfie frente al Puente de los Suspiros o la catedral de San Marco y poner otra marca en la lista de «lugares a los que ir antes de morir». Sin intentar comprender la ciudad, ni explorar sus rincones íntimos y solitarios, ni mucho menos maravillarse ante su originalidad, más allá de las góndolas y los canales. Lo siento, pero ir en un vaporetto atestado desde Piazzale Roma hasta San Marco, o hacer el mismo trayecto por la congestionada Strada Nova, para hacer una breve visita a la plaza y sus alrededores y regresar por el mismo camino, no es conocer Venecia. Se puede obtener casi el mismo resultado, por menos dinero y con aire acondicionado, visitando una de sus réplicas en Las Vegas o Macao.

Edificio en Rio Madonna dell'Orto

Edificio en Rio Madonna dell’Orto.

Conocer Venecia es perderse en sus callejuelas. Visitar sus iglesias vacías. Maravillarse ante su fascinante historia. Sorprenderse al encontrar, en cualquier rincón perdido, la fachada de la antigua vivienda de un mercader. Comprender los problemas logísticos que plantea una ciudad que, en su mayor parte, carece de calles como las conocemos en el resto del mundo. Y asombrarse ante los ingeniosos métodos que los venecianos han desarrollado para solventarlos. Apreciar su impresionante legado artístico. Entender las dificultades que plantea su peculiar estilo de construcción y lo complicado de su mantenimiento. Y, por encima de todo, solidarizarse con sus habitantes. Los descendientes de aquellos que fueron capaces de crear un lugar único en el mundo. Y los que tienen que soportar, todos los días, los inconvenientes del turismo masivo. Los problemas para encontrar vivienda, la saturación de los medios de transporte, o la desaparición del tejido comercial. Respetarlos y respetar su ciudad es lo mínimo que deberíamos hacer todos los que tenemos el privilegio de visitarla.

Atardecer desde Ca' d'Oro

Atardecer desde Ca’ d’Oro.

Ignoro si Venecia tiene salvación. Puede que no. Cuando era niño, mis padres me decían que la ciudad se moría, hundiéndose lentamente, hasta acabar desapareciendo bajo las aguas. Medio siglo después, ni se ha hundido ni, sinceramente, creo que lo haga nunca. En la actualidad, sobran recursos técnicos para evitarlo. Lo único que falta es capacidad de gestión por parte de la clase política italiana, que cada vez se muestra más incompetente. Por contra, es la auténtica avalancha humana, con más de veinte millones de visitantes al año, lo que amenaza su existencia. No solo la supervivencia de sus magníficos edificios y obras de arte, que no fueron concebidos para soportar tantos visitantes. También su viabilidad como ciudad, como núcleo urbano funcional, está cada día más comprometida. Se han propuesto múltiples soluciones. Limitar el aforo de la ciudad, incrementar las tasas turísticas o desplazar la terminal de cruceros a los muelles de Marghera, en el continente. Personalmente, las complementaría con soluciones mucho más radicales. Como hacer un examen de historia y cultura veneciana a todo el que aspirase a entrar en la ciudad. O demoler el Ponte della Libertà, que puso fin a su insularidad, permitiendo el acceso desde el continente al extremo occidental de los sestiere de Santa Croce y Cannaregio, en ferrocarril desde 1846 y en coche desde 1933. Dudo que sean viables y hasta que alguien me lea sin tomarme por loco. En cualquier caso, puede que sea demasiado tarde. La economía de Venecia depende tanto del turismo que, a estas alturas, la solución es muy complicada. Si mantiene el nivel actual de visitantes, morirá de éxito. Si lo disminuye de forma drástica, asfixiada económicamente. Al final, mis padres tenían razón. Lentamente, Venecia se muere.

Algunos vínculos útiles:
El ayuntamiento de Venecia realizó un magnífico documental sobre las dificultades del mantenimiento de la ciudad: Come funziona Venezia. Diego Núñez se ha tomado la molestia de doblarlo al español: https://www.youtube.com/watch?v=x_nwgw3xm0U.

El blog de playandtour tiene un artículo en el que muestra el sistema de pozos desarrollado por los venecianos: https://blog.playandtour.com/venecia/venecia-y-sus-pozos/.

En Investigación y Ciencia hay un artículo analizando los motivos del hundimiento de Venecia: https://www.investigacionyciencia.es/noticias/por-qu-se-hunde-venecia-18037.

En ctxt analizan el problema de la gentrificación: https://ctxt.es/es/20170809/Politica/14394/venecia-turismo-gentrificacion-ctxt-alquiler.htm.

Por contra, https://magnet.xataka.com/en-diez-minutos/venecia-ha-perdido-mas-poblacion-por-culpa-del-turismo-que-a-causa-de-la-peste se centra en el declive demográfico.

La revista Condé Nast Traveler repasa la visión personal sobre Venecia de varios artistas de los siglos XIX y XX: https://www.traveler.es/viajeros/articulos/amenaza-patrimonio-venecia-historia-a-traves-de-artistas-del-mundo/17008.

Para una opinión más cercana, recomiendo visitar https://www.zendalibros.com/un-selfi-en-venecia/.

El canal DW contiene un par de documentales sobre la problemática de la ciudad. Uno más centrado en el turismo masivo, en https://www.youtube.com/watch?v=d3HjXx48Ovc, y otro en los problemas arquitectónicos, en https://www.youtube.com/watch?v=NOixFxQAvtE.

El Síndrome de Venecia es otro documental interesante, pero en este caso de pago. Se puede ver una reseña en https://rutacultural.com/sindrome-de-venecia/ o el trailer en https://www.youtube.com/watch?v=tVYhWe5GGAc.

En https://www.expedia.es/explore/un-viaje-sostenible-por-venecia dan consejos para reducir el impacto al visitar la ciudad.

En el mismo sentido, muy recomendable visitar la web del ayuntamiento, en https://www.comune.venezia.it/es/content/enjoyrespectvenezia.